Alijab tenía un porte excepcional. Hacía honor a sus ancestros y parecía que la totalidad de su linaje alcanzaba la máxima expresión en él. Su presencia trasuntaba la pureza de su herencia paterna, así como la gracia y finura de su rama materna. Todo en él era excepcional. La gente se extasiaba al contemplarlo y no dejaba de admirarlo. Algo en su carácter hacía que los chicos se sintieran especialmente atraídos hacia él. Una extraña combinación de pura masculinidad con el aire protector y cálido de la hembra. Cuando corría, el público contenía la respiración, más deseando gozar de su espectáculo que del resultado final. Pero a él, ese espectáculo no le gustaba. No tenía interés en ser admirado ni aplaudido.
Su nombre expresaba las virtudes de su herencia. Su padre venía de una familia árabe llegada al país muchas generaciones atrás, pero había conservado la pureza original. Su madre, una hispana pura (seguramente con algún lejano rasgo árabe de siglos atrás) era de extraordinaria belleza y una corredora nata por lo que se había ganado el nombre de“Jabalina”.
Un par de años atrás, un jefe indio de visita en el país, lo había bautizado “Flecha Veloz” luego de verlo correr. “Alijab, Flecha Veloz” era la promesa que todos esperaban. Sus entrenadores lo cuidaban como a una celebridad. Pero a él no le interesaba.
En un lugar secreto de su corazón, allí donde nadie más puede llegar, Alijab soñaba con verdes prados que le permitiera correr libre bajo el sol. Amaba los pequeños aromas que regala la naturaleza y una parte de él, sabía que sus más lejanos ancestros habían sido efectivamente libres y gozado de su unidad con la tierra y el aire. Él mismo parecía un viento feroz cuando se entregaba a la carrera. Pero la carrera no lo hacía feliz. Acunaba la ilusión de una vida anónima, que le permitiera gozar de las pequeñas cosas cotidianas y donde pudiera ser él mismo sin tener que satisfacer siempre las expectativas de los demás. Pero lograrlo no sería fácil.
La presión familiar para hacer de él una luminaria era tremenda. Sus entrenadores no lo veían de otra forma más que como un campeón y un trabajo que les daría buen dinero y fama. Nadie lo veía a él. Nadie le prestaba verdadera atención. Nadie se detenía a mirarlo verdaderamente. Ni siquiera aquél viejo jefe indio que debió haber sido más perspicaz.
Lograr su cometido no sería sencillo. Había estado acostumbrado a tener siempre todo a su disposición y no sabía cómo ganar el alimento por sí mismo. También estaba acostumbrado a los cuidados excesivos que todos le prodigaban. Aún cuando, muchas veces, esto mismo fuera molesto. Quería probar cómo era la vida auténtica, la de aquellos que no tienen un don especial y pueden, simplemente, ser. Ser ellos mismos, sin condicionantes, sin expectativas, sin intereses y poder encontrar lo que realmente estaba en su interior.
Donde vivía, había otro corredor que venía de lejos. No tenía la carga de linaje que le pesaba en sus espaldas y había conocido el mundo antes de que alguien lo descubriera como un potencial ganador. De hecho, había vivido libre con sus padres, quienes sólo esperaban de él que supiera ganar su alimento y criar una buena descendencia. Siempre que podía, se escapaba discretamente, para conversar con él. Su amigo conocía sus secretos, pero a diferencia de él, gozaba de la oportunidad que la vida le había dado. Ser famoso era un sueño inesperado en su vida y quería disfrutarlo mientras pudiera. Después…. Dios diría. De todos modos, sus padres, ya estaban orgullosos de él por haber logrado llegar hasta allí. Aún así, el entrenamiento forzado, algunas veces le hacían extrañar las buenas épocas en que era libre para correr a su antojo simplemente por el placer de hacerlo y de sentir el aire y el sol sobre él.
Alijab y su amigo compartían cada vez más tiempo juntos. Los entrenadores pensaron que era una buena idea. Sólo uno, Pedro, empezó a sospechar de las actitudes de Alijab, pero los demás lo tranquilizaron diciéndole que era natural que, ante tanto entrenamiento forzado, cada tanto se sintiera incómodo y rebelde. Pedro tenía sus dudas, sin embargo un día decidió hacer una experiencia. Llevó a Alijab y a su amigo a un tranquilo paseo por la campiña más allá del área de entrenamientos y los dejó solos un rato, mientras él, aparentemente, tomaba una siesta bajo un árbol.
Los observó silenciosamente mirándolos por debajo del ala del sombrero. Ambos caminaron lentamente observando los árboles, un pequeño lago en el que se refrescaron y el paisaje que se abría entre ellos. Alijab permaneció silencioso durante un buen rato, hasta que su amigo, con cierto aire de tristeza y nostalgia comenzó a contarle cómo era ser libre de toda esa presión. La tarde caía y podía sentirse refrescar el aire sin que nadie intentara poner una manta encima para evitar los enfriamientos. Todo parecía cobrar una vida diferente porque las sensaciones en su propio cuerpo eran diferentes.
Llevaban un largo rato sin comer, y su amigo le mostró cómo tomar manzanas de un árbol cercano. Eran exquisitas, se deshacían en su boca. Un sabor increíble, que no recordaba haber experimentado antes. Todo lo que le daban se producía artificialmente para mejorar aún más su estado general. Finalmente, hubo que regresar. Pedro les hizo una seña que conocían bien y caminaron de regreso al hogar.
Esa noche, Alijab no podía dormir. Sabía bien que no quería la vida que estaba llevando. No importaba lo que su familia pensara ni lo que el mundo entero esperara de él. Sólo quería ser feliz, llevar una vida auténtica, decidir por sí mismo, encontrar su propio lugar en el mundo. Nunca se había sentido en paz. Había sido obediente y sumiso, pero una voz en su corazón le recordaba que él tenía algo más que hacer que sólo correr, que la vida tenía un sentido que trascendía la fama, el dinero, el status o el linaje. Había algo más, mucho más profundo y eso se encontraba en la vida cotidiana y en un camino distinto del que le habían enseñado y del que todos habían conocido. Y él quería conocerlo.
Cuando llegó el momento de entrenar al día siguiente estaba cansado y sin ganas. Ya no podía negarse a sí mismo lo que sabía en su interior, lo que siempre había sabido. Pedro lo observaba muy de cerca y era especialmente cariñoso con él ese día. No lo forzó y le dio espacio para que anduviera libremente. En un momento lo sorprendió al regalarle una manzana jugosa como la que había probado el día anterior. Quizás, Pedro fuera más perspicaz que el jefe indio. Siempre había sido diferente a los demás entrenadores.
Al llegar la noche, Alijab se retiró temprano pensando lo seria que era la decisión a tomar. Sus padres sufrirían muchísimo y les costaría entenderlo. Sus entrenadores se sentirían traicionados. Su amigo quedaría solo. Pero él había escuchado a su interior, esa voz que lo había acompañado siempre murmurando muy bajito en su corazón. Esta vez había hablado a gritos. Ya nada era igual, pero ¿cómo decepcionar a su familia? Y, al mismo tiempo, ¿cómo seguir adelante con una mentira que lo destruiría por dentro?
Mientras se debatía entre ambas preguntas, Pedro llegó hasta él. Lo acarició pasándole la mano por el lomo y peinando sus largas y elegantes crines. Siempre había sido más que gentil, cálido. Esta vez, lo era aún más. Comenzó a hablarle suavemente. Le contó cómo obtienen el alimento los caballos salvajes, cómo encontrar una hembra, qué aguas beber. Le contó también que los caballos eran naturalmente libres, pero que tenían la extraordinaria cualidad de poder aprender a vivir con los humanos. Pero que, quizás, era tiempo, de que encontrara su verdadero camino. Quizá su corazón estaba lejos de ese establo y de ese Haras en el que había nacido. Él hablaría con sus padres y les explicaría todo. Ellos comprenderían. Su madre, una vez, había intentado escapar, pero el amor por su padre la había hecho volver. No necesitaba cortar lazos con su familia, sólo encontrar su lugar.
Luego, le abrió la puerta del establo y lo acompañó silenciosamente hasta los límites del Haras y se fue. Alijab quedó solo ante su decisión final. Pedro era, realmente, un buen hombre que quizás había recorrido el camino que él mismo estaba por recorrer ahora. No miró hacia atrás. Tenía miedo de no poder seguir hacia adelante. Caminó lento, primero, como sintiendo el peso de la decisión que acababa de tomar, pero pronto, su andar tomó velocidad, hasta que, en el silencio de la noche, comenzó a sentirse el sonido de sus cascos y el suave retumbar de la tierra bajo sus pies. La luna iluminaba su camino y su corazón se sentía, por primera vez, en paz.
Queridos papá y mamá:
Los amo intensamente y mi pensamiento vuelve siempre a uds. Puedo imaginar la sorpresa y el dolor que mi decisión les significa, pero quiero dejar en paz mi alma y decirles que es algo que siempre estuvo en mi corazón. He amado cada momento de mi vida y de mi historia, pero hay un camino más que tengo que recorrer y necesito hacerlo solo. Como una cuenta pendiente en mi vida. Sé que hay algo más, más allá de nuestro hogar. Algo por lo que mi alma clama y que me quita la paz. Siempre supieron que mis ojos veían más allá de lo inmediato, más allá del Haras, más allá de las promesas a futuro. Es tiempo de darme a mí mismo la oportunidad de recorrer ese otro camino y ver qué trae.
Volveré, volveré a uds. y a mi hogar, pero entonces seré yo mismo.
Los ama profundamente,
Alijab
Querido hijo:
Cuando Pedro nos avisó de tu partida, mi corazón dio un brinco y, por un momento, creí que moriría. Pero tú tienes razón, y el hecho de que Pedro se diera cuenta y te ayudara es una garantía para mí. Algún día sabrás por qué.
Tu padre se encerró en su mutismo que conoces tan bien, pero sé que, en silencio, eleva oraciones por ti.
No estás solo en esto. Muchos años atrás, yo quise hacer lo mismo que tú. En esos años, Pedro no formaba parte aún del equipo de entrenadores. Él estaba llevando a cabo su propia batalla personal. De modo que tuve que intentarlo sola. Una noche sin luna, cubierta por la oscuridad absoluta, lentamente y sin hacer ruido, dejé el Haras. Era una hembra joven, brillante, pero, al igual que tú, no había visto el mundo. Me apasionaban las películas viejas y creía que todo era como ellas las mostraban. Además, una voz interior, me decía muy apagadamente que mi destino podía ser muy luminoso y brillante aún lejos de toda la locura de los entrenamientos y las carreras. Así que, tomé coraje un día, y me fui. No tenía que preocuparme por mis padres. Ellos vivían lejos y nada me ataba. Bueno, casi nada. Ya amaba a tu padre, pero había algo más. El miedo. Sí, me ató el miedo. Una vez libre, y pasada la fascinación inicial, comprendí que nada sería tan fácil ni idílico como yo lo imaginaba. Cuando, encima, los machos empezaron a seguirme, entré en pánico. Yo no quería esa clase de vida. Me gustaban el lujo y las atenciones que recibía. Era importante para mí, saber que tendría mi alimento asegurado y que cualquier dolor sería rápidamente atendido. El miedo y el amor me trajeron de regreso. Por eso hoy, te acompaño desde el fondo de mi corazón en tu aventura. No dejes de contarme nada, porque quiero beber de tus palabras el gozo del camino hacia el Hogar que yo misma no me animé a recorrer.
Te ama
Mamá
Querido hijo:
Gracias infinitamente por tus líneas. Me das una gran paz al decirnos que no es nuestra culpa que te marcharas. Yo también tengo una sorpresa para ti. No eres el primero que deseaba hacerlo. Hace mucho tiempo, cuando apenas conocía a tu madre, el mismo deseo se apoderó de mí. Fue sumamente difícil superarlo. Era imposible ni siquiera imaginar que pudiera llevar a cabo mi sueño más secreto. Deseaba profundamente salir libre a campo traviesa y poder conocer la verdad por mí mismo, pero el largo linaje de mi familia me ataba. Era impensable que uno de nosotros hiciera algo semejante. Bastantes problemas hubo cuando anuncié que me casaba con tu madre, una Hispana, en lugar de otra árabe como yo. Pasé a ser la oveja negra de la familia. Todos han estado siempre atados a las obligaciones familiares y a la responsabilidad por el linaje. Ha sido una carga pesada de llevar. No soy tan rudo como todos creen, y me dolió muchísimo que parte de mi familia rechazara a tu madre por conceptos arcaicos. Así que, como vez, no eres el primer rebelde de la familia.
No le digas a tu madre que te he escrito. No quiero que descubra, tardíamente, que se casó con un sentimental. Sé libre y disfruta de tu experiencia. No dejes de contarme nada porque quiero disfrutarla contigo. Te daré todos los consejos que pueda. Mis viajes por el mundo me han enseñado algunas cosas que, quizás, puedan servirte alguna vez. Quiero recorrer este viaje contigo, aunque sea a la distancia. Sigue escribiéndole a tu madre que ella me lee todo. Yo, por mi parte, te contestaré a escondidas.
Te ama con todo su corazón y te acompaña siempre
Papá
Alijab se sentía aliviado de haberle escrito a sus padres. La carta de su madre era exactamente lo que él esperaba de ella. Siempre había pensado que había heredado el espíritu libre de Jabalina. La real sorpresa había sido la carta de su padre. Tras esa máscara de autoridad y de absoluto respeto por su linaje, se escondía un ser sensible y libre que tampoco se había animado a recorrer su propio camino.
Vió a sus padres desde una nueva perspectiva. Y se vió a sí mismo desde una nueva perspectiva. Quizás, el viaje que acababa de emprender, sería una realización personal para todos ellos. Él era el único realmente libre de toda la familia. Y además, contaba con el amor incondicional de sus padres. Y eso era un auténtico lujo.
Se quedó pensando en Pedro. Había escuchado algunas historias sobre él, pero nunca les había dado demasiado crédito. No parecían reales. Sin embargo, quizás era tiempo de recordarlas más detenidamente porque podrían ayudarlo en su camino.
Alijab se sentía realmente feliz en ese momento. Sabía que estaba apoyado y protegido por mucha gente que lo amaba y deseaba acompañarlo, aún a la distancia.
II
Lo primero que él deseaba era permanecer solo por un tiempo. Quería desprenderse de todos los condicionamientos que había tenido desde su nacimiento y experimentar el tiempo y el espacio desde una dimensión nueva. Por sobre todo, quería aprender por sí mismo. Conocer sus propias verdades.
Alejándose del camino principal, logró encontrar una pradera abierta, sin árboles ni arbustos por la que podía extender la mirada y sólo ver el cielo y el verde que pisaba. Afortunadamente la hierba era buena y sabrosa para él. Decidió permanecer un tiempo allí. Se acostó sobre la hierba para sentirla en su piel, experimentar la sensación de, simplemente, dejarse sostener por la tierra y quedarse sin hacer nada, sólo dejando que el tiempo pasara. Sin embargo, los que no dejaban de pasar eran sus pensamientos. Un sin fin de ideas se agolpaban en su mente, provocándole dolor de cabeza. Él no quería eso. Quería dejar su mente tan vacía como esa pradera. Queria disfrutar del vacío, de la falta de actividad, de una vida sin estímulos constantes. Se preguntó qué hacer con tantas ideas que lo desbordaban. Entonces decidió concentrarse en su respiración. Era lo único que tenía. Así, inmóvil, con los ojos cerrados, y atendiendo sólo a su inspiración y espiración, logró encontrar un espacio en su interior que no sabía que existía. De a poco, un sentimiento de paz totalmente nuevo para él, comenzó a llenarlo. No era la paz que venía al final de un día de trabajo, ni al caer la noche, cuando todos ya se han dormido. Era una sensación completamente diferente. Le parecía que, aún cuando el mundo fuera un caos, si lograba permanecer allí, en esa paz interior, tendría la fortaleza de resistirlo todo. Sin quererlo, cayó dormido. La humedad de la tierra lo despertó. La noche era clara, con una luna esplendorosa que parecía transmitirle su unidad con el cosmos. Se dio cuenta que podría enfermarse. En esos momentos, él solía estar en la caballeriza, cubierto y protegido con una manta y al abrigo de cualquier corriente de aire. Pero estaba bien. Enfermarse era parte también de este proceso de autodescubrimiento y, si llegara a morir por ello, no sería todo más que una parte de su experiencia. Y así fue. A la mañana siguiente, se sentía débil por la humedad y el frío de la noche. El exceso de atenciones le habían quitado defensas a su cuerpo y ahora debería encontrarlas. Tenía que pensar qué hacer para atravesar y curar su enfermedad. Pensó en todo lo que le hacían en su hogar, pero él no tenía nada de eso, así que debía buscar otras respuestas. Entonces, decidió preguntarle a su propio cuerpo. Al principio, no parecía que el cuerpo tuviese respuesta alguna (o bien no hablaba su idioma). Pero, con paciencia, y sosteniendo su atención sobre él, fue sintiendo lentamente, la necesidad de encontrar sol y agua. Una imagen volvía una y otra vez a su mente: se veía a sí mismo bebiendo de un arroyo de aguas cristalinas que corrían bajando entre las piedras. Había árboles a su alrededor y el sol relumbraba por donde mirase. ¿Dónde estaría ese lugar? Miró a su alrededor pero nada parecía indicarle el camino. Volvió a preguntar. Silenció su mente, que empezaba a entrar en desesperación, con el truco de la respiración que había descubierto. Mantuvo clara su mente de que algo superior a él, pero aún parte de sí mismo, podía guiarlo mientras mantenía la imagen del lugar que deseaba encontrar. De pronto, se encontró caminando hacia algún lugar. Ya no se sentía tan débil. Parecía que su propio cuerpo, recuperaba fuerzas a medida que él sostenía su concentración. Avanzando y avanzando, comenzó a oir, a lo lejos, el sonido de agua cayendo. La sorpresa le hizo perder su concentración, pero ahora podía seguir gracias a su excelente oído. Así fue que se encontró con el prado que tenía en su mente. Un lugar bellísimo, que ni imaginaba que existiera. Los árboles le darían buena sombra y un lugar donde apoyarse si lo necesitara. Incluso sus hojas se veían apetitosas aunque no fuera su costumbre comerlas. Decidió probar una de ellas. Eran jugosas y se deshacían en su boca. Algo le insistía en que comiera más y así lo hizo. Pronto sintió que recuperaba las fuerzas y el frío que había absorbido la noche anterior desaparecía. Comprobó que por sólo seguir su voz interior, había logrado encontrar una cura para sí mismo. El viaje se tornaba fascinante.
III
Con tantas cosas que había descubierto dentro suyo, se sentía fascinado, pero al mismo tiempo sumamente reflexivo. ¿Cómo era posible que todo eso estuviese en sí mismo y no lo hubiera descubierto hasta ahora? ¿Todos lo tendrían o sólo él? ¿Sería posible descubrirlo permaneciendo en la caballeriza? Se acercó al arroyo a beber agua y remojar sus patas mientras reflexionaba en todo esto. Quizás la clave estaba en que él había tenido necesidad de encontrar una solución y eso lo había llevado a buscar donde no hubiera buscado nunca de tener todo satisfecho a su alrededor. ¿Podría alguien querer encontrarlo sólo por intuir que se tiene, aún cuando no hubiera necesidad de por medio? Quizás sí, sin embargo, él necesitaba encontrar esto y esa voz interna, que hablaba muy bajito, lo había llevado a salir de todo para encontrar sus verdades.
Decidió que ya era tiempo de disfrutar de este nuevo paisaje. Aquí había mucho más que apreciar. Colores, formas, sonidos y, especialmente, aromas. Nunca había tenido tiempo de sentir la enorme cantidad de perfumes que lo rodeaban. Ahora sí. Ya no era sólo el olor de la tierra sino también de cada flor, de las hojas de los árboles, olores de quién sabe qué que le llegaban traídos por el viento. Descubrió que tenía un olfato y que disfrutaba usándolo. Es difícil oler algo cuando se corre tan rápido. Y mucho menos ver. Ahora podía detenerse a apreciar la forma peculiar de cada flor. Aún las de un mismo tipo ofrecían enorme cantidad de variantes. Los matices de los colores. Parecía que Dios tenía una paleta infinita. La hermosa forma en que cada flor engarzaba en el tallo. Todo era digno de una apreciación delicada y completa. No daba crédito a la enorme variedad que ofrece todo lo que existe. Entonces se detuvo a pensar en todo lo que había conocido antes. También había variedad pero no lo había apreciado, dominado como estaba por la rutina. El rostro de cada uno de los humanos que había conocido era completamente diferente, aún los de una misma familia. El tono de sus voces, las miradas, la expresión de sus rostros… el modo de andar, de acariciar, de montar. Las mantas mismas que utilizaban, cada una de colores, diseños y texturas diferentes. Incluso las caballerizas no eran todas iguales. Recordó cuando una vez siendo pequeño, un potrillo apenas, se había encaprichado con cierta caballeriza en la que no quería quedarse. Sus padres y los entrenadores habían intentado todo para convencerlo, pero fue imposible. Algo había en ella que no soportaba y nunca jamás la usó. Ni siquiera la paja bajo sus cascos era siempre igual. Había tenido todo eso frente a sí mismo y no lo había apreciado de tan obvio que se había vuelto para él. Nunca pensó que pudiera no tenerlos.
Pero acá estaba él, en este viaje especial de descubrimiento, entrando a un mundo totalmente nuevo y, sin embargo, muy conocido. Había mirado, pero no había visto.
Permaneció unos días en ese lugar que sentía como un hogar y un verdadero paraíso. Practicaba sus respiraciones para tratar de encontrar esa paz interior que tanto le gustaba. Amaba el silencio que se creaba en su mente en esos momentos. Era una sensación increíble. Pero, pasados unos días, sintió que se estancaba, que volvía a entrar en un sendero de comodidad que no lo llevaría a descubrir nada más. Estaba cambiando un hogar por otro, y así no avanzaría hacia donde él percibía que debía dirigirse. Se puso en camino nuevamente, y enviando todo su amor al paraje que le había ofrecido protección, salud y gozo, se marchó.
IV
Después de andar un largo trecho, sonidos de música alegre llegaron hasta él. Por un momento, sintió rechazo de volver a encontrarse con humanos. Una música tan estridente sólo podía ser de ellos. Tuvo dudas y se detuvo. Su mente repasaba todas las experiencias recientes y las comparaba con las que había tenido cuando vivía en el Haras. No se sentía preparado todavía para volver allí. Además, sintió temor de encontrar a alguien que lo reconociera y tratara de llevarlo de vuelta. Podía producirse una situación muy desagradable.
Desde donde estaba, divisaba el origen de la música. Aparentemente se trataba de un rodeo, una fiesta de la doma o algo así. Él odiaba esas actividades. Sentía que se traicionaba el espíritu original del caballo sometiéndolo al dolor de la fusta y obligándolo a resignar su auténtico ser. Nada en esa situación lo atraía, pero algo en su interior le insistía en avanzar. Quizás, en el fondo, no estuviera haciendo más que rechazar la oportunidad de aprender algo nuevo.
En pocos minutos había llegado al rodeo. La gente estaba sentada alrededor del corral central. Gritaban, entusiasmados mientras los caballos corcoveaban furiosos al sentir al jinete montándolos. Había seres extraordinarios en su porte, en su carácter, y todos ellos tratando de ser dominados a fuerza de golpes. Su corazón se estrujó de dolor. Él no había experimentado el dolor intenso que sentían ellos, pero había visto a los peones haciéndolo con los caballos nuevos. Era más que el rechazo al jinete, era el rechazo a la pérdida de la libertad, de la identidad. Pero era cierto también, que al aprender a convivir con los humanos, se experimentaba un nuevo tipo de amor. Un sentimiento especial de lealtad mutua y de amor incondicional. Él mismo había visto llorar a un entrenador el día que su caballo murió. Pensó en Pedro y en todos los que lo habían mimado y ayudado desde potrillo y sintió una enorme emoción y agradecimiento hacia ellos.
Miró discretamente a su alrededor para ver si descubría alguna cara conocida. En apariencia, no había nadie allí que pudiera identificarlo. Cambió su paso y bajó la cabeza, desgarbando un poco el lomo para pasar desapercibido. Se acercó al corral y observó los caballos y a los jinetes. Entre ellos, había uno que actuaba como un payaso. Su jinete iba vestido con colores llamativos y parecía ser el que sacaba de apuro a los que eran lanzados con fuerza. Su caballo no tenía un porte muy favorecedor. Patas cortas, lomo ancho con cuello corto, no parecía ser alguien que pudiera correr con facilidad. Más parecía hecho para tirar de un arado. Sin embargo, era extraordinariamente grácil y estaba envuelto en cierto carisma que hacía que el público lo vivara y uno se sintiera atraído hacia él. Se preguntaba cómo había logrado desarrollar tales habilidades.
Una vez terminado el show, se le acercó para conversar un rato. Le contó que había nacido en uno de los Haras más famosos de su país, producto de experimentos de cruzas genéticas, pero que el suyo no había resultado muy exitoso. Los dueños lo habían descartado y ya estaban por venderlo al dueño de una chacra como caballo de tiro, cuando uno de los entrenadores pidió comprarlo. El hombre era raro, comparado con los demás del grupo. Silencioso, sin embargo conocía bien a los caballos y sabía cuáles tenían los mejores potenciales. Pero como no era muy simpático, nadie escuchaba sus opiniones. El dueño se lo dio y así comenzaron una nueva vida. Cuando su nuevo dueño terminaba con las tareas, se dedicaba a entrenarlo. Lo hacía con enorme cariño y consideración. Tanto era el amor que él sentía que le prodigaba que se esmeraba desesperadamente para mostrarle cuánto se lo agradecía. Con el tiempo se fue creando entre ellos una relación que trascendía la de entrenador y aprendiz y se convirtieron en uno solo. Entonces decidieron que era tiempo de dejar el Haras y ofrecerse a trabajar como payasos en los rodeos. Querían darles la oportunidad a los demás de que vieran lo que el amor podía hacer en un caballo rechazado por los demás. Los chicos los adoraban. A él le encantaba sacarse fotos con ellos. Su amor era tan puro e incondicional como el de su dueño. Los adultos, en cambio, lo miraban y se sorprendían de que alguien como él pudiera tener la gracia y velocidad de que hacía gala. Alijab se sintió tocado por el comentario, porque también él lo había prejuzgado. Pasaron la noche juntos, acompañados por el amigo humano, saboreando terrones de azúcar a la luz de la luna.
V
A la mañana siguiente, Alijab siguió su camino. Tenía mucho en qué reflexionar. Comprendió que desprenderse de las programaciones que traía no iba a ser tan sencillo. Él había prejuzgado usando la escala de valores que le habían enseñado. Sabía bien, por su experiencia, que un caballo para ser un buen corredor debía reunir ciertas características, pero aquí había uno que no cumplía ninguna. Y no sólo eso, no había sido enseñado forzándolo y con exigencias, sino bien por el contrario, con amor. Había muchas lecciones que aprender.
Caminó lentamente, esta vez sin prestar mucha atención al paisaje a su alrededor sino más bien, escuchando a su interior. Por primera vez, descubrió un sentimiento extraño en el centro de su corazón. Una cierta tristeza, un dejo de cansancio como el de alguien que ha hecho un gran esfuerzo. Aún cuando sabía bien que sus padres y sus entrenadores lo amaban, nunca se los había oído decir ni habían tenido demostraciones concretas hacia él. Quedó paralizado ante la sorpresa del descubrimiento. ¡Nunca se había dado cuenta! Un llanto profundo brotó desde muy dentro suyo. ¡Hacía tanto que no lloraba! Ese bendito mandato de no expresar lo que se siente era una desgracia. Deseaba llorar, necesitaba llorar. Una mezcla de llanto y relincho cruzó el aire. Sentía como si estuviera extirpando un cuchillo del centro mismo de su corazón. No podía creer todo lo que sentía dentro suyo y la increíble cantidad de dolor que se le había acumulado en esos años. Desahogó todo lo que tenía dentro. Los ojos se le habían hinchado y estaban colorados. Comprendió la estupidez absoluta de no decirle abiertamente a alguien “Yo te amo”, de actuar como si los sentimientos no fueran nada. ¿De qué se nutría la vida sino del amor? Su mirada paseó por el prado en que estaba. Por primera vez le prestó atención. Se detuvo en cada detalle que lo rodeaba y se preguntó qué otra cosa sino el amor podía haber creado todo eso.
Cuando empezaba a calmarse y aclarar sus ideas, un caballo se acercó hacia él. Era alto, de crines cortas, no muy aliñado. Nada llamativo, nada especial, como cualquier otro. Lo extraño era la mirada. Parecía haber cierta codicia, cierta malicia acompañada por una sonrisa extraña. Se acercó a él al verlo llorar. De hecho, su relincho dolorido lo había guiado hacia allí. Le ofreció llevarlo hasta su casa para que pudiera descansar y beber y comer algo. Allí tendría abrigo por el tiempo que quisiera.
Alijab lo siguió, mirándolo de reojo, porque algo en él lo llevaba a desconfiar. Pero entonces recordó que él mismo había prejuzgado antes y se había equivocado. Decidió esperar y ver qué sucedía.
A poco de andar, divisaron, a lo lejos, una pequeña construcción rectangular en madera, con techo a dos aguas de chapas azules. A la izquierda, una gran cruz hacía pensar en un lugar religioso como los que visitaba los domingos cuando sus entrenadores lo llevaban a la ciudad. Pero en ellos, la cruz estaba en el techo, sobre una gran cúpula y el edificio, aunque sencillo, era más elegante y mejor construido. Todo daba aquí una cierta impresión de pobreza disimulada.
Al llegar, el caballo lo condujo al abrevadero y le ofreció avena fresca de un costal que estaba cerca. Mientras bebía se le acercó un hombre con un libro en la mano. El libro era de color oscuro y muy ancho aunque no tan alto. Había visto ese libro antes. El hombre tenía la misma sonrisa falsa y un dejo de codicia en los ojos. Nuevamente, entró en alerta, pero recordó que no quería prejuzgar ni predeterminar qué estaba bien y qué mal.
El hombre lo miró con detenimiento. Revisó sus dientes, caminó a su alrededor mientras lo palmeaba. Luego le arregló un poco sus cascos. Alijab se sentía incómodo. Sentía que lo miraban pero que no lo veían realmente. Como si él fuera uno de esos carros de 4 ruedas que utilizaban los hijos del dueño de su hogar. Seguía de reojo al hombre, con una desconfianza creciente, ya más visceral que mental. Pero entonces, todo cambió. El hombre le ofreció una enorme sonrisa y una caricia auténtica. Le trajo pasto seco para comer y le ofreció quedarse todo el tiempo que deseara.
Finalmente parecía haber encontrado un lugar donde relajarse y ser atendido sin tener que estar buscando su alimento todo el tiempo. Fue venciendo su desconfianza hacia el otro caballo y comenzaron a charlar.
Hacia el atardecer la gente comenzó a llegar desde distintas direcciones, con libros semejantes al que había visto. Se saludaban efusivamente entre ellos y saludaban al hombre. Cuando ya todos se habían reunido, comenzaban a cantar y a bailar y a leer del libro. Todos parecían muy contentos. Al final, sacaban esos papeles de colores que había visto usar en la ciudad y se los daban al dueño de casa quien los recibía muy contento. Él mismo se sentía energizado y hasta alegre después de escuchar la música y presenciar la danza. Todos partían hablando fuerte y cantando alabanzas a Dios.
Al llegar la noche, todo quedó en silencio. Se quedó pensando en lo que había presenciado. El dueño de ese lugar debía ser un buen hombre para ofrecerse a recibir a tanta gente para alabar a Dios. Se alegraba de haberle dado otra oportunidad y haber dejado de lado su desconfianza original.
Pasaron unos días, y el hombre se acercó a él con una sonrisa mirándolo directo a los ojos. Le explicó que él había gastado de su propio dinero para darle de comer y que era tiempo que él hiciera algo a cambio. A Alijab le pareció justo. Realmente lo habían atendido muy bien y las reuniones nocturnas le habían enseñado mucho sobre Dios, sobre su Reino y sobre dar y recibir. Entonces el hombre le pidió que llevara un paquete a casa de un amigo suyo. Como era la primera vez, su caballo lo acompañaría. El paquete era un tanto pesado y hacía un ruido extraño. Marcharon juntos por un prado alejado del camino y luego de un par de horas, llegaron a otra casa, mucho más ruin que de donde venían. Un hombre sumamente desagradable les salió al encuentro. Su piel estaba ajada y los ojos tan cerrados que hacía imposible confiar en él. Quitó el paquete de su lomo y lo observó detenidamente, como si quisiera recordarlo bien. Olía horrible. Todo él estaba impregnado con el olor de su tabaco barato.
Al girar para retirarse, le pareció ver una mirada cómplice entre su acompañante y el hombre. Volvía a sentirse incómodo con toda la situación. ¿Cómo era posible que el predicador fuese amigo de este hombre? Quizás, estaba ayudándolo para volver al rebaño. Las sensaciones del primer día eran más fuertes aún. Todo se volvía más extraño.
Luego de varios días llevando paquetes, un día no resistió más. No podía ignorar el rechazo que toda la situación le provocaba y, entonces, cuando el hombre sacó el paquete de su lomo, se retovó, levantó las patas delanteras e hizo volar el paquete por el aire. Al caer, se abrió y un montón de armas quedaron a la vista. Al verlas, se aterró. No podía creer lo que veía. ¿Qué era esto? ¿Cómo era posible? Echó a correr a todo galope, alejándose de allí tan rápido como podía, mientras oía las maldiciones que el hombre le echaba.
Alijab odiaba las armas. Cuando pequeño, un caballo muy querido por él, se había quebrado en una carrera y estaba tan mal que debieron ejecutarlo. El sonido del disparo unido a las lágrimas de los pequeños lo habían dejado marcado desde entonces.
Corrió y corrió como para quitarse el recuerdo de toda la situación. Finalmente, llegó, exhausto a un paraje solitario junto a un arroyo de montaña. Puso sus patas en el agua, mojó su cara, se sentía sucio. Quería olvidarlo todo, quería escapar de todo. Él mismo había sido engañado, y no sólo eso, sino que había hecho lo que más odiaba en su vida. Había traficado armas.
Al detenerse, las imágenes empezaron a llegar claras a su mente. Recordó que todas las noches, cuando la gente llegaba a la casa, un hombre extraño, diferente a todos los demás, llegaba con un paquete y se lo entregaba al predicador. Él no cantaba ni danzaba tanto como los demás y siempre se retiraba antes, escabulléndose en la oscuridad.
Alijab lloraba. El recuerdo de su amigo muerto volvía a él como si acabara de suceder. Se dio cuenta que nunca había llorado por él. Había sacado la fortaleza interior de la que siempre hablaba su padre y ni una lágrima había brotado. Se había sentido tan orgulloso de sí mismo entonces, pero ahora comprendió que todo el dolor que había experimentado estaba allí, dentro suyo, intacto, como la primera vez. Su mente se llenaba de pensamientos sobre la muerte de su amigo. Todos los que había reprimido en aquella ocasión. No había servido de nada ser tan fuerte ni tan macho. La verdad era que el dolor estaba allí y sólo buscaba expresarse.
Queridos papá y mamá:
Necesito hablar con uds. Una situación fortuita me trajo los recuerdos más dolorosos de mi infancia. ¿Recuerdan a Old Champ? Yo ya lo había olvidado. Es más, creo que lo olvidé en el momento mismo en que todo sucedió. Pero hoy descubrí que no era así. Que su recuerdo había quedado oculto en el fondo de mi corazón junto con el enorme dolor que me provocó su muerte.
No me había dado cuenta de hasta qué punto había reprimido todo recuerdo, todo pensamiento sobre él, para mantener mi fortaleza y demostrar mi integridad. Sin embargo, ahora veo que, en el fondo, mi pose fue una gran mentira porque el dolor siguió ahí. Todas las lágrimas que no lloré aquellos días, todos los pensamientos de abandono, de pérdida, todos los sentimientos de impotencia y de irreparabilidad, todos, todos volvieron a mí como si acabara de suceder. Pero no terminó allí. Recordé también cómo sufría cada vez que papá tenía que irse de viaje para correr en Europa. Nunca dije nada, nunca me quejé. Papá siempre me decía que era un buen muchacho por mi entereza, pero la realidad es que me dolía horrores y he llorado por todo eso también. También volvió a mi memoria el día que murió el pequeño hijo de los dueños del Haras. ¿Lo recuerdan? ¿Recuerdan el enorme dolor de su madre al encontrarse con el cuerpecito sin vida de su hijo en la pileta? Recuerdo mi angustia al ver que no había manera de cambiar la situación, de volver el tiempo atrás, tan sólo unos minutos. Un minuto había bastado para que partiera. Yo deseaba vehementemente volver atrás. Hacer de cuenta que nada había pasado. Sus ojos profundos siguen aún en mi memoria. Su cara de ángel que daba la sensación de que no era de este mundo.
Siento como si una flecha hubiese atravesado mi corazón. Me siento débil y vulnerable. Ya no sé dónde reside mi fortaleza. Miro a mi alrededor y cada flor, cada pequeña ave, el canto del agua, todo me emociona y me hace llorar. Es como si hubiese descubierto que el mundo no es perfecto y que el dolor está a la vuelta de la esquina. Salvo los viajes de papá, todo sucedía tan rápidamente. En un minuto todo estaba bien, y al siguiente… la catástrofe. No sé cómo manejar tanto dolor. No sé cómo recuperar mi fortaleza. No sé cómo hice en el pasado para simular que nada de esto había pasado.
Lo peor es que ahora mi mente viaja desesperada hacia el futuro pensando en todos las futuras tragedias a las que puedo estar expuesto. Me angustia pensar en el día en que ustedes partan y ya no pueda sentirlos junto a mí, que no gozaré viéndolos o pudiendo pasar mi cabeza por sus cuellos. Ahora sé que la vida puede cambiar en un segundo y que necesito darle un valor más trascendente a todo. Necesito más que nunca encontrar dónde reside el sentido de todo esto y dónde están mis fortalezas.
Por ahora me siento débil, vencido, incapaz de recuperarme. Los amo, los amo enormemente y no quiero dejar de decirlo. Quiero poder transmitirles todo lo que siento por uds. y lo que significan para mí.
Los amo, los amo con todo mi corazón. Gracias por estar siempre allí para mí.
Alijab
Querido hijo:
Me siento impotente por no poder estar allí contigo para acompañarte y hacerte sentir mi calor de madre. Quisiera protegerte de todo el dolor y de todo lo malo que tiene el mundo, pero desgraciadamente no puedo. Tanto tu padre como yo estamos expuestos a todo.
Sin embargo, no diría que estás vencido. Al contrario, creo que ahora tienes la mejor oportunidad de encontrar tu real fortaleza. Huir del dolor no es la mejor forma de superarlo. Llevo años tratando de explicarle a tu padre lo bien que le vendría dejar fluir sus sentimientos y reconocer su parte sensible. Guardar el dolor sólo sirve para sufrir aún más.
Cuando enfrentas tus sentimientos y puedes experimentarlos plenamente, significa que tienes, de verdad, una enorme fortaleza. No es fácil hacerlo. Algunos de ellos son muy desagradables, angustiantes y te sumergen en estados de los que parece que nunca volverás a salir. Pero no es así.
La gran herramienta que utilizo cuando me encuentro con los míos, es sentirlos plenamente, pero recordar que pasarán. Tomo una actitud doble en las que los siento y los observo al mismo tiempo. Escucho todos los pensamientos que los acompañan, por vergonzosos que puedan parecer. No me impido a mí misma aceptar mis miserias ni mis egoísmos ni mis miedos. Y quizás sea esta mi mayor fortaleza. Conocerme realmente. Por eso, creo que esta es tu gran oportunidad y que, por primera vez, estás en camino de convertirte en alguien pleno de verdad.
Me alegro que hayas iniciado este viaje. Ya puedo ver el extraordinario ser que va a desplegarse muy pronto y los increíbles tesoros que encontrarás.
Siempre pude ver tu potencial. Siempre supe que llevabas dentro algo mucho más grande que ser sólo un buen corredor. Y, finalmente, estás en camino de serlo.
Te envío mis bendiciones y nunca olvides que te acompaño desde acá.
Te ama,
Mamá
Querido hijo:
Tu carta me ha hecho reflexionar profundamente. Lamento tanto haberte forzado a ser fuerte y entero como me enseñaron a mí. Generación tras generación se había valorado ocultar todos nuestros sentimientos, no sólo ante los demás, sino ante mí mismo.
Al leer tus líneas, muchos recuerdos se agolparon en mi mente, como el día en que murió mi padre. El peor de todos. Venía de una carrera que había ganado como un auténtico campeón. Todos hablaban de él. No dejaban de comentar la facilidad y el estilo excepcional que había manifestado. Sabían que al día siguiente su nombre estaría en la portada de todos los diarios y se hablaría de él y de ese día por siempre. Pero, al llegar a una curva del camino, nadie supo nunca exactamente qué pasó, pero el trailer que lo llevaba, se soltó y se desbarrancó. Mi padre se torció el pescuezo y murió en la caída. Todo el mundo habló de él al día siguiente. Nadie podía creer lo que había sucedido. Mi madre quedó desvastada, pero pertenecía también a nuestra estirpe y no permitió que nada la quitara de su concentración al trabajo ni de su postura. Tres meses más tarde, le descubrieron un cáncer y partió. Fue fulminante. En poco tiempo había perdido a mi padre y a mi madre. Siempre sentí que la enfermedad de mi madre había sido provocada por el accidente de papá. Lo que no se permitió sentir, se tornó un veneno en su cuerpo, y tu experiencia de estos días me convence cada vez más de que así debe haber sido.
Muchas otras situaciones dolorosas poblaron mi vida. Dejarlos a tu madre y a ti para irme a correr a Europa me partía de dolor, y temía perder la vida como mi padre y dejarlos solos. Cuando estaba fuera deseaba profundamente saber qué estarías haciendo y de qué cosas charlarías con tu mamá, pero si daba rienda suelta a mis pensamientos y a mi tristeza, ya no podría correr y traicionaría a mis ancestros. Así que reprimía todo. De hecho, me he vuelto el mejor “reprimidor” que existe.
Me has dado un regalo extraordinario con tu carta y con tu propia experiencia. Ojalá tenga tiempo de limpiar tanto dolor guardado y sea merecedor de una vejez plena junto a uds. dos. Creo que, a partir de ahora, tu madre va a encontrarme bastante seguido llorando a escondidas. No es temporada de carreras, así que puedo darme el lujo de holgazanear y no ser tan perfecto en los entrenamientos. Además, como ya no soy tan joven, no esperan tanto de mí.
Yo también te amo, hijo. Tu viaje es mi propio viaje y tu aprendizaje es el mío.
Te bendice
Papá
Alijab ya no tenía dudas de que podía contar incondicionalmente con sus padres. Era bueno tener con quién compartir sus experiencias y escribirlas le ofrecían una oportunidad excepcional de poner sus propias ideas en orden.
Recordó el ejercicio que había aprendido con la respiración y cómo en aquella ocasión lo había ayudado para controlar su mente. Necesitaba recuperar cierta compostura porque había algo más en todo lo que había sucedido que le faltaba explorar.
Él había sentido desconfianza por el hombre y su caballo y un rechazo absoluto por el traficante que recibía el paquete. Lo había sabido desde un principio, sin embargo no había dado crédito a lo que sentía porque ya se había equivocado con el caballo del rodeo sólo por su apariencia. Pero esta vez, había tenido razón. ¿Cuál era la diferencia? ¿Cómo saber cuándo escuchar esa voz interior?
Se detuvo a rememorar claramente los sentimientos que había experimentado en ambos casos y descubrió que había una enorme diferencia. Al traficante lo había sentido en sus huesos, en cambio al caballo del rodeo, sólo en su mente. No había sido más que una idea, un concepto adquirido anteriormente. El traficante, en cambio, había erizado cada fibra de su ser, hasta lo más profundo.
Sin embargo, él tenía un rechazo mortal por las armas. ¿Y si sólo hubiese sentido un ligero olor a pólvora al que no prestó atención y eso lo hizo entrar en alerta? Quizás sólo había reaccionado así también por un concepto anterior, o, en este caso, por una experiencia previa. ¿Cómo saber cuándo era eso que los humanos llaman intuición y cuándo sólo la razón? Era, sin duda, algo en lo que debería profundizar más.
VI
Alijab decidió que merecía un tiempo de reposo y de evitar nuevos contactos hasta que lograra decantar todo lo vivido en tan poco tiempo. Se dedicó a andar, tratando de dejarse guiar por alguna guía interna que le dijera dónde ir. Quería experimentar un poco más con eso de la intuición. Llevó la concentración a sus patas e imaginó una gran fuerza superior a sí mismo que regía todo lo que era y dejó que esta fuerza guiara sus pasos.
Así andando llegó a un lugar muy extraño. Apenas se veían plantas. Era totalmente opuesto a todo lo que había conocido hasta ahora. Abundaban las rocas, como caídas de unas elevaciones que encerraban pequeños valles secos. El paisaje se había transformado, de pronto, en una paleta de colores ocre, marrones y sienas. Tan abandonado, solo y desértico se veía todo que parecía que Dios había olvidado ese lugar y nada útil o interesante había en él.
Pronto comprendió que en un lugar así, habría muy poco alimento disponible y aún menos agua. Debía pensar seriamente cómo pasaría los próximos días. Sabía en su interior que debería permanecer allí durante unos días, pero no sabía cuántos.
No era fácil para él caminar por esos terrenos. Tenía que tener mucho cuidado porque si se quebraba moriría sin remedio.
Al observar las piedras desparramadas a su paso, se dio cuenta que no eran todas iguales. Algunas eran más redondeadas, otras parecían haber sido cortadas con un cincel porque uno de sus lados era más liso y regular. Algunas tenían vetas de colores: rosados, tonos amarronados intercalados por azules profundos, ligeros verdes. También descubrió que aunque no visible directamente a los ojos, había vida en ese lugar. Pequeños insectos aparecían debajo de las piedras, una iguana pasó corriendo a su lado, pequeños animales peludos de cuatro patas corrían y se escondían en agujeros en el suelo. Comprendió que la Creación tomaba otras formas en ese lugar y esto le permitió valorar también la vegetación que lo rodeaba, a la que casi ni había prestado atención.
Alijab se sentía fascinado por la diferencia de paisaje que lo rodeaba y como ya comprendía intuitivamente que nada era al azar y que no estaba en esta vida para distraerse con lo intrascendente, pudo entregarse a contemplar y experimentar lo que el lugar le ofrecía.
Lentamente fue cayendo la noche. Los colores cambiaban y una multitud de sonidos llenaban el aire. De alguna manera, parecía haber más vida al ponerse el sol. Una brisa muy agradable comenzó a soplar, refrescándolo de una jornada de calor intenso. Sus ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad y pudo descubrir una gran cantidad de pequeños animales que llenaban el lugar. Por primera vez, no sentía sueño de noche. Además vió que muchas serpientes se mantenían bien despiertas justo en el momento en que él se tornaba más vulnerable.
Escuchó el aullido de los lobos y cantidad de insectos, pero más allá de ellos, un sonido no animal, con un ritmo sostenido se repetía constantemente. Orientó sus orejas tratando de determinar su origen. Con mucho cuidado para no dar un paso en falso, fue hacia el lugar de donde el canto nacía.
Tuvo que ascender una suave pendiente con un camino rudimentario, lo que le hacía pensar que alguien subía y bajaba por allí a diario. En un punto, el camino desaparecía y no se veía nada más, pero el canto se oía claramente. Tratando de enfocar más claramente la vista, logró detectar la entrada a una cueva. Asomó su pescuezo y se encontró con un caballo flaco, con un turbante enrollado en su cabeza y un collar de grandes semillas colgadas de su cuello. Con los ojos cerrados, recitaba palabras ininteligibles en forma monótona. No parecía haberse dado cuenta de que él estaba allí.
Alijab no se atrevió a hablar. La cadencia mágica de esas palabras que no comprendía, le hacían sentir un vacío en su cabeza que le resultaba muy agradable. Se dejó llevar y él también cerró los ojos. Sólo quería sentir. Pronto olvidó dónde estaba y con quién. Su cabeza no dejaba de repetir las mismas palabras como si vinieran de una memoria muy lejana y significaran algo así como el regreso a casa. Entonces, tuvo la mayor experiencia de su vida. Su mente se detuvo. Olvidó su cuerpo y hasta su propio nombre. Su conciencia comenzó a expandirse y abarcó el Universo entero. Vivenció la extensión sin límites de lo que se llama Dios. Su corazón desbordaba de gozo y hasta podía ver una luz blanco intenso expandiéndose desde él. Todo se había convertido en luz, y el infinito era real, tangible. Alcanzó una conciencia de sí mismo que trascendió su propio concepto, y se vivenció a sí mismo como pura energía manifestándose. Ya no era “uno”, sino el “Uno”. Ya no estaba limitado, sino unido. Ya no estaba aislado, pero al mismo tiempo no era más que una gota de ese todo infinito que permea lo que existe y lo que existirá.
Entonces, un grito lo sobresaltó. Sanyii, el caballo que estaba en la cueva había descubierto su presencia y, sorprendido, le preguntaba quién era. Alijab, inicialmente, no lograba responder. Era como si hubiese viajado muy lejos y tratara de reacomodarse y recordar dónde estaba. Sanyii lo miraba incrédulo. Llevaba años viviendo en ese lugar y nunca había visto a nadie. ¿Cómo había llegado ese hasta allí?
Finalmente, Alijab reaccionó y se presentó sin contar su historia como caballo de carreras. Le dijo que estaba recorriendo el mundo. Inventó una historia diciendo que se había perdido y, por error, había llegado hasta allí pero que realmente no sabía dónde estaba.
Sanyii era desconfiado. Se encontraba ante un caballo muy fino. Era raro ver uno de esos allí. En realidad, era raro ver un caballo o cualquier otra cosa allí. Se sintió incómodo ante él. Se lo veía tan hermoso y tan joven, con todo el futuro por delante. Se preguntó cómo se vería él ahora. Pensó que Alijab debía tenerlo por loco por usar un turbante en su cabeza y un collar de semillas. Hacía mucho que se había mirado por última vez en el espejo de un lago y no le había preocupado su apariencia hasta ese momento porque pensó que nunca se encontraría con alguno de los suyos.
Sanyii decidió que no dejaría que la belleza de Alijab lo hiciera sentirse menos. Entonces le explicó, con un tono condescendiente, que él era un renunciante. Muchos años antes, había sido compañero de un monje renunciante venido de un país muy lejano y había deseado intensamente como él, dedicarse a Dios y a la oración. Como Alijab no sabía de qué le hablaba, le explicó que había renunciado a todos los placeres de este mundo para aislarse en ese paraje para alabar a Dios y que moriría haciendo eso. Ya nada lo atraía del mundo y podía dedicarse a buscar la Verdad.
Alijab se sintió atraído. Nunca había soñado que algo así existiera. Descubrió que estas palabras hacían eco en su interior. Además, el canto se había vuelto hipnótico para él, y hasta había podido entonar las palabras en su mente aún cuando no las conocía. Compartió todas estas experiencias con Sanyii para que él lo guiara y lo ayudara a encontrar su camino. Sintió que estaba frente a un Maestro que lo aventajaba y daba gracias por esa oportunidad.
Sin embargo, Sanyii no estaba feliz con la situación. Él no quería enseñar a nadie. Quería que lo dejaran tranquilo. Pensó que si le daba al caballo lo que quería, pronto se lo sacaría de encima enviándolo a rezar a algún otro lado. De modo que, con mirada adusta y distante, aceptó enseñarle. Esa tarde, Sanyii buscó en secreto, algún espejo de agua donde poder mirarse.
Alijab hablaba poco por temor a molestar a su maestro. Trataba de mostrarse solícito y respetuoso. Bebía cada palabra que el maestro le decía. Se sentía bendecido por el destino. Sanyii le explicó que hubieron maestros en la historia que dijeron que todo es una ilusión y que es importante aprender a desapegarse de los placeres terrenos. Cuando se renuncia al cuerpo se puede contactar lo divino. También le enseñó que la mente es comparable a un mono loco, constantemente en actividad sin ir realmente a ningún lado y que era importantísimo aprender a controlar. Entonces Alijab recordó el pequeño ejercicio con la respiración que hacía y se lo contó. Sanyii rezongó entre dientes de que su discípulo fuera tan astuto y pensó que debía lucirse más para mostrarle que él era superior. Aprobó los intentos de Alijab como quien alienta a un niño pequeño que recién comienza a leer, pero dejando bien en claro que esos eran apenas palotes en el largo camino de la meditación.
Cuando Alijab le preguntó cómo hacía para alimentarse y beber en ese paraje, Sanyii le explicó un proceso que había utilizado todos esos años para engañar a su cuerpo. Cuando tenía hambre o sed, visualizaba comida y agua fresca e imaginaba que los tomaba. Su cuerpo reaccionaba a la imagen mental, y se satisfacía. Alijab quedó fascinado con semejante técnica y comenzó a practicarla diariamente. Cada día se le hacía más sencillo dominar sus demandas físicas e incluso se sentía más fuerte. Sentía cierta nostalgia por una buena ración de comida, pero podía soportarlo. A veces, a la noche, soñaba que comía una rica porción de avena y que bebía de un lago de aguas cristalinas que reflejaban los rayos del sol como diamantes suspendidos en su superficie. Cuando se lo contó a Sanyii, lo descalificó diciéndole que eso mostraba que no lograba realmente controlar su apetito.
Sin embargo a Sanyii se lo veía desmejorar a diario. Incluso padecía dolores de estómago cada vez más frecuentes y la piel de sus labios se resquebrajaba un poco más cada día.
Una noche, mientras dormía, Sanyii comenzó a hablar en sueños. Describía lujosas comidas y jarras de agua fresca. Seguramente, el diablo debía estar tentándolo, como él contara tantas veces. Alijab lo despertó para ayudarlo. Pero Sanyii lo miró furioso, se levantó y se fue de la cueva. Alijab no sabía qué hacer. Temía seguirlo y que su maestro se enojara, pero temía aún más que, en la oscuridad y estando tan débil, pudiera lastimarse. Como su corazón era puro y sus intenciones también, decidió exponerse a la furia del maestro, pero no dejarlo abandonado a su suerte. Lo siguió muy despacio y a cierta distancia para que no lo viera. Al rato, y estando en un paraje que nunca había visto, encontró a Sanyii comiendo las hojas de un árbol. Las saboreaba sin dejar de emitir exclamaciones de gozo y satisfacción. Alijab se acercó curioso para ver de qué se trataba. Su maestro casi se muere del susto al verlo. Dejó de masticar, y con la boca llena se quedó mirándolo atónico. ¿Acaso no lo había dejado en la cueva? Quizás ya estaba muy viejo y había perdido el oído. ¿Cómo no oir sus cascos tras él en la noche del desierto?
Sanyii pensaba rápido, tratando de buscar una explicación plausible a su conducta. Pero la pureza de su discípulo lo salvó. Alijab se alegró de ver que su maestro había encontrado alimento y podía recomponerse. Pensó en las hojas del árbol que lo habían curado cuando recién empezaba su travesía y supuso que se trataba de la misma situación. No podía imaginar que era el alimento secreto de Sanyii, rico en agua, y que había ocultado cuidadosamente a Alijab. La cercanía de Alijab había impedido a Sanyii acudir diariamente a comer. Él sólo deseaba que el hermoso caballo se marchara y lo dejara en paz. Había pensado que si lo mataba de hambre, se iría más rápido, pero al contrario, la técnica había sido útil. Sería difícil recuperar la soledad que tanto amaba.
Mientras Sanyii seguía comiendo estimulado por Alijab, comenzó a clarear. El paisaje era distinto en esta zona. Había más vegetación. El color arena cambiaba a un tostado con parches verdes aquí y allá, y unos árboles pequeños asomaban cada tanto. Pensó que en un lugar así, seguramente habría agua para su maestro en algún lugar.
Alijab comenzó a caminar aspirando el perfume que traía el amanecer. Amaba ese aroma tan especial y la riqueza de los colores cambiantes a medida que el sol ascendía por el horizonte. La ascensión del sol en el firmamento tenía un significado profundo en el interior de su ser, pero aún no lograba comprender por qué. Siempre sentía cierta emoción al contemplarla.
Casi sin darse cuenta, metió sus patas en el agua. ¡Tenía razón! Con el corazón rebosante de alegría llamó a su maestro para que pudiera gozar del agua fresca con la que soñaba todas las noches. Él mismo bebió saboreándola y dando gracias a Dios por ella.
Sanyii llegó lo más rápido que pudo. Se acercó al agua y entonces un grito de horror cruzó el aire. Dos caballos se reflejaban en el espejo de agua. Uno era joven, hermoso y brillaba con una luz que nunca se había visto antes. El otro era un estropajo andrajoso, medio muerto de flaco que estaba, disfrazado con un turbante de tela sucia y un ridículo collar de semillas en el cuello. Sanyii no podía creer en lo que se había convertido. Sintió tanta vergüenza de verse tan feo, tan arruinado, que pegó media vuelta, sin beber, y salió corriendo.
Corrió a tanta velocidad que, finalmente cayó vencido. Su cuerpo se desplomó al tiempo que Alijab llegaba hasta él para socorrerlo. Pero, en ese momento, por fin, Sanyii fue honesto. Miró a Alijab a los ojos y le dijo la verdad: él no tenía la luz, sólo había sido un cobarde que había huído de las obligaciones del mundo dejando esposa y cría con la excusa de buscar a Dios. Le había mentido en todo lo que le había dicho. Sólo era un caballo de mal carácter que no quería más obligaciones ni seguir lidiando con una hembra que le exigía que cumpliera con sus responsabilidades. Finalmente, se relajó, lanzó un suspiro y le dijo a Alijab que cuidara la extraordinaria luz que él tenía y que no abandonara el viaje porque llegaría a destino. Y murió.
Alijab se quedó allí, desconcertado. ¿Qué había sido todo eso? ¿Habían sido mentira todos los días que habían compartido juntos? Cientos de ideas llegaban a su mente, sin poder pararlas. Sabía que había aprendido muchas cosas, pero al mismo tiempo, dudaba de la honestidad de la enseñanza. Se sentía turbado. Dos voces hablaban en él: una le decía que había sido traicionado y que todo no era más que una gran mentira; la otra, más serena, reconocía el aprendizaje que había recibido.
Decidió que necesitaba tiempo para ordenarse. Habían pasado muchas cosas que necesitaba ver con más claridad una vez que se hubiera calmado. Enterró a Sanyii y se trasladó al paraje que había descubierto esa mañana. Allí tendría hojas para comer y agua fresca para beber. Si bien el lugar era bonito, no era exuberante, y eso lo ayudaría a retirarse hacia su interior para escuchar la verdad.
VII
Alijab comenzó a hacer un balance de todas las experiencias que había vivido junto con Sanyii. Él estaba convencido de que era un maestro. Quizás, sin embargo, debió haber dudado al verlo disfrazado con esa tela sucia en su cabeza y el collar de semillas. Pero no había recibido ninguna señal desde su interior, como aquella voz que lo alertó sobre el pastor y el traficante. Muy por el contrario, al conocerlo había alcanzado experiencias que nunca pensó que lograría, ni siquiera habia soñado que existieran. Sanyii le había mentido, era cierto. No sólo sobre su historia personal, haciéndose pasar por renunciante, sino también al decirle que no comía. De alguna manera, quizás había sido más sabio de lo que él mismo imaginaba. En el fondo, Sanyii no había cumplido con ninguno de los dos cometidos en su vida. No había asumido sus responsabilidades de padre y esposo, pero tampoco había concretado su entrega a Dios. Quizás, ambas llamadas habían estado en su vida, pero él no había sabido armonizarlas. O, tal vez, una debía dar prioridad a la otra en esta vida, y él optó por la más conocida y la más cómoda. Sanyii sí tenía un conocimiento auténtico sobre lo que le enseñó, porque a él mismo le había servido al aprenderlo, pero lo había traicionado su ego.
Alijab reflexionó largamente sobre este concepto de ego que acababa de llegar a su conciencia. ¿De qué estaba hablando realmente? Para él, el ego parecía relacionarse con esa parte nuestra que se siente importante, que cree ser el centro de la creación, que ata a la vida material y que define nuestro valor personal por la opinión de los demás y cuánto éxito o posesiones logramos alcanzar en esta vida. Entonces recordó su vida en las carreras. Él no era feliz con tanta dedicación ni con todo ese éxito. Él no sentía que ese éxito lo hiciera más valioso. Sabía bien que, cuando su estrella comenzara a decaer, pasaría a ser historia o semental. Todo era muy efímero. El verdadero valor de un ser debía estar más allá de eso. El éxito o la fama no podían servir para medir a alguien.
Volvió a la vida de Sanyii. En él, el ego había mostrado una faceta diferente. En él, había significado tener razón y despreciar todo lo que lo obligara a cambiar o asumir responsabilidades. Tener razón frente a los demás, siempre, era un excelente ejemplo de cómo actúa el ego. Recordó una discusión, una vez entre los entrenadores. Uno de ellos estaba visiblemente equivocado pero no podía admitirlo. Todas las pruebas estaban en contra de su argumento, pero él no lo aceptaba y decidió despreciarlas y hacerlo a su manera. Y falló. Después de eso renunció. ¿Hasta dónde había llevado el ego a esa persona? Era un buen hombre, y un excelente cuidador para los caballos. Muy apreciado. Sin embargo, él parecía valorarse a sí mismo por la aceptación de sus ideas en vez de por su valor auténtico que era el que lo hacía comprender lo que los caballos necesitaban realmente. Su partida fue muy triste. Perdían un amigo, y por una auténtica tontería.
¿Dónde estaba el ego de Sanyii? Recordó el día que lo conoció. Su maestro se asustó al verlo en la cueva con él pero más se asustó cuando se vió en el espejo de agua. Pensándolo bien, la imagen habia sido espantosa. Se lo veía viejo, sucio y derrotado en contraste con su reflejo. Quizás Sanyii se había visto por primera vez en mucho tiempo. ¿No habría él desperdiciado su vida, después de todo? Al fin y al cabo, no había sido ni esposo ni devoto. Sin embargo, podía decir que, al final de su vida, había sido algo más que lo salvaba de haberla desperdiciado completamente. Había sido Maestro. Sí, a pesar de todo, Sanyii había sido su maestro y Alijab había aprendido muchísimo con él, con su vida y con su muerte. Ahora podía comprender cómo había sucedido todo. Recordó que había pedido ser guiado a su próximo destino y así había llegado hasta la cueva del maestro. Él debía estar allí en ese momento, recibir toda la enseñanza y la experiencia que había recibido y enterrar a su maestro. Había sido, en síntesis, una vivencia extraordinaria.
Revisó todas sus experiencias previas y se puso a pensar que, probablemente, no hubiese un maestro para toda la vida, sino que cada uno aparece en el momento necesario y sólo por el tiempo necesario. Así como cuando el discípulo está listo aparece el maestro, así cuando el discípulo ya aprendíó, el maestro desaparece y sigue su rumbo. Quizás, se trataba de aprender cuándo uno está listo para seguir solo. Aceptar los maestros que la vida trae y aceptar seguir adelante y dejarlos cuando el aprendizaje se cumplió. Pensó que el caballo del payaso había sido un maestro para él, y también el traficante. Miró más atrás en su vida, y descubrió que cada persona, cada caballo que habían pasado por su vida le habían enseñado algo, aún dentro del ambiente limitado del Haras. Reflexionó más profundamente y se dio cuenta de que habia habido más maestros de los que él recordaba. Probablemente, si uno miraba bien la vida, tal vez descubriera que todas las situaciones y los seres en ellas actúan como maestros y que uno, a su vez, también es maestro para los demás.
VIII
Alijab dedicó varios días a sus reflexiones mientras practicaba muchas de las técnicas que había aprendido de Sanyii, especialmente la de los sonidos que lo ayudaban a crear ese silencio en la mente y a acercarse a la Creación, aunque ahora que practicaba solo, la experiencia no era tan fuerte como al principio. Además, ahora la ansiaba, deseaba volver a experimentarla, y ella parecía eludirlo.
Lo que ya no hacía era ayunar. Había optado por disfrutar del viejo goce de saborear la comida en su boca y sentir el placer del agua fresca. No era necesario sacrificarse tanto. Después de todo, Sanyii mismo, se aseguraba de comer hasta que él llegó. Recordó que mucho tiempo atrás, cuando su padre volvió de uno de sus viajes, contó haber encontrado caballos que habían aprendido a alimentarse del aire que respiraban con la ayuda de un maestro que los entrenó. Toda una revolución en la historia de los caballos. Sin embargo, lograrlo no era tan fácil. Además, al comer se sentía bien y le daba algo en que ocupar un poco del tiempo libre del que ahora disfrutaba.
Una vez concluido su balance y luego de sentirse bien entrenado en las técnicas aprendidas, Alijab sintió que era tiempo de salir de nuevo al mundo. Se sentía seguro de haber logrado estabilizar su paz interior y todos sus nuevos logros y aprendizajes. La realidad era que no tenía idea clara de dónde se encontraba. Parecía estar en medio de la nada. Sabía que había dejado el desierto atrás, por lo que pensó en avanzar, ya que la vegetación se volvía cada vez un poco más rica y abundante.
A medida que andaba, se fue acercando a un pequeño poblado con una intensa actividad. Se veían pequeñas casas, una plaza central, un establo, un herrero, un almacén de ramos generales y hasta una iglesia como las que veía cuando iba a la ciudad. La gente parecía muy ocupada, caminando a velocidad de un lado a otro. Las madres iban tan apuradas que llevaban a sus pequeños de la mano corriendo tras ellas. Se preguntaba qué podía hacer que todos estuvieran tan apurados. Como nadie le prestaba atención, se dirigió a la iglesia. Quizás el sacerdote o su caballo pudieran ayudarlo.
Pero no fue así. Recorrió el lugar, llamó a la puerta, pero nadie contestó. Se dedicó a pasear un poco por el pueblo a ver qué lograba saber. Llegó al establo y se asomó para preguntar a los caballos que anduvieran por ahí. Nada. Todos estaban trabajando. Un viejo perro (muy viejo para trabajar) le explicó que el pueblo estaba revolucionado porque había conseguido un contrato para vender carbón de sus minas a un rico país extranjero. Ya todos estaban haciendo planes de todo lo que harían con ese dinero. Construirían shoppings, grandes supermercados, muchas confiterías bonitas, podrían arreglar la plaza y hacer una calle peatonal para pasear por las noches. Por eso, nadie quería dejar de participar. Tenían poco tiempo para cumplir el contrato y no querían fallar. Alijab pensó en todos los chicos que había visto por la calle pero no recordaba haber visto ninguna escuela, o al menos una suficientemente grande para todos ellos. Inocente se lo preguntó al perro, quien lo miró con mirada socarrona mientras le contestaba: “Acá se trabaja, no se piensa”. Alijab no comprendió. De donde él venía, aprender era la actividad más importante.
El perro le recomendó que fuera hacia la otra entrada del pueblo (Alijab había entrado por la salida) y allí encontraría a los hombres, el cura incluído, y su caballo. A medida que recorría las calles descubría un pueblo nada bonito. Las casas no tenían estética. No había árboles en sus calles ni flores en los jardines. Las mujeres lucían vestidos oscuros, sin gracia. De a poco, fue sintiendo rechazo por estar allí. ¿Se trataba de una intuición o quizás al avanzar en la meditación, podía ver las cosas desde otra perspectiva? Comenzaba a comprender que se encontraba en un pueblo que daba demasiada importancia al dinero. No habían desarrollado su cultura y por eso todo era tan poco bonito. No habían podido abrirse a la belleza de la naturaleza y por eso no apreciaban compartir sus vidas con árboles y flores.
Cuando llegó a la entrada del pueblo, vió a los hombres arremangados formando una larga fila desde la mina hasta los camiones en los que cargaban el carbón que sacaban en carretillas de la mina. El cura incluído. La actividad era febril. Se oían muchos gritos. Todos dando órdenes a todos. Se acercó a ver si podía ayudarlos de alguna manera. Un caballo que estaba cerca le ofreció ayudar a sostener las cuerdas que hacían girar las roldanas para levantar los baldes de carbón desde el fondo de la mina. Alijab aceptó.
Después de varias horas de esfuerzo, sintió un malestar en su interior. Una sensación extraña que no había experimentado antes. Quería correr, salir de ahí lo antes posible. No sabía qué pensar de lo que sentía. Quizás era rechazo al trabajo tan desagradable en medio del ruido y los gritos constantes. Pidió a uno de los caballos que lo reemplazara para poder tomar agua y se alejó un poco. Necesitaba poder aclarar sus sensaciones. ¿Era miedo? ¿Era rechazo al lugar? No era como las intuiciones que lo hacen desconfiar. Comenzó a sentirse nervioso. ¿Qué sucedía? No podía aclarar lo que sentía y no podía dejar de sentirlo. Entonces, un ruido como una explosión infernal, lo sacudió. La mina se había derrumbado. El piso entero se había desplomado hacia el interior de la mina. Los hombres, en su afán de cumplir rápido el contrato seguramente no habían asegurado la mina lo suficiente. El griterío se volvió infernal. Le pidieron que corriera al pueblo a avisar a las mujeres. Alijab corría como loco. No podía creer lo que había sucedido. Ahora entendía la sensación. Era un alerta de peligro. Daba gracias a Dios por su vida y por el aviso. Cuando llegó al pueblo, las mujeres estaban paralizadas en las calles mirando en dirección a la mina. No hacía falta que les dijera nada. Ya todas sabían. Las que lograron reaccionar, subieron a ambulancias y camiones cargados con cuerdas para ayudar a sacar a los que lograran sobrevivir. Alijab pensó en volver a ayudar, pero una fuerza mayor que él lo detuvo. Encontró al perro del establo y este, guiñándole un ojo, le dijo: “Acá se trabaja, no se piensa”.
Ahora comprendía. Nadie se detenía a pensar, a sentir. En el fondo, vivían como autómatas, guiados por cualquier meta que se cruzara en su camino. Hoy habia sido el contrato del carbón, otro día sería una fiesta del pueblo o el desborde del río. Ninguno tenía vida propia porque no vivían en su interior. Ni siquiera sabian que eso existiera.
Alijab se alejó despacio, pidiendo al gran Dios ayudara a las almas que habían partido, y especialmente a las que se quedaron. Ojalá el pueblo pudiera reaccionar, a partir de la tragedia, y recordar que hay más en la vida que el dinero.
IX
Alijab nunca había permanecido tan poco tiempo en un solo lugar. Apenas unas horas le habían bastado para capitalizar su lección. Ahora se encontraba desconcertado. ¿A dónde ir? ¿Sería tiempo de volver a casa? Una voz interior, que se hacía cada vez más clara, le respondió inmediatamente que no. El viaje aún no había concluído.
Ya que había entrado al pueblo por la salida, decidió salir por la entrada. Se sentía feliz de dejar un lugar tan feo, tan escaso de vida. Hacía mucho que había dejado el Haras, y aún cuando había recorrido bastante, en el fondo sentía que no se había alejado tanto. Andando, sin apuro, llegó a la orilla del mar. Esa era un experiencia nueva para él. Se quedó extasiado contemplando la inmensidad del océano. El tranquilo vaivén de las olas le transmitía una sensación de paz que lo llevaba a un estado muy parecido al que lograba en sus meditaciones. Pero esta vez con los ojos abiertos. Nunca se le había ocurrido pensar que podía meditarse de esta manera. Aún separaba sus tiempos de recogimiento con los de trabajo. No había aprendido a integrar a Dios a lo cotidiano.
Un sonido lo sobresaltó. La sirena de un barco carguero cortó el aire y lo hizo reaccionar. Nunca había visto algo así. Su experiencia se limitaba al campo y a la ciudad donde iba a correr las carreras, pero no veía otra cosa que la pista y algunas imágenes a través de la ventana del trailer. Se preguntó que era esa enorme máquina que pasaba por el agua y cómo haría para mantenerse a flote. Comenzó a andar en forma paralela al barco, para ver hacia dónde se dirigía. Así llegó al puerto. Había gente por doquier. Camiones y unas enormes cajas de metal acanalado pintadas de diferentes colores que eran alzadas por grúas y llevadas hasta los barcos.
Un yegua de pequeño porte pero hermoso rostro se acercó a él. Era estilizada y sus ojos tenían un brillo increíble. Lo miró con una gran sonrisa y lo sedujo con su mirada. Comprendió claramente que era la primera vez que él se encontraba allí. Se ofreció a mostrarle el lugar y explicarle todo lo que deseara saber.
Alijab estaba deslumbrado. Hasta ese momento, las yeguas del haras habían sido sólo sus amigas y compañeras de juegos o de carreras. Nunca se había encontrado con una a la que no conociera y que fuera tan amable y gentil con él. Su corazón desbordaba de emoción y miedo al mismo tiempo. No quería parecer un tonto frente a ella, pero ya no podía pensar de sólo verla.
Akal-Teké le mostró el puerto explicándole para qué se utilizaban las distintas instalaciones y las grúas que veían a su alrededor. Le contó que ella estaba acostumbrada a viajar en barco, ya que venía de un país muy lejano y había corrido en distintos países del mundo. El viaje en barco era, en realidad, muy aburrido sino fuera por las actividades sociales que podían hacer a bordo. Como ella era muy especial, siempre se le prodigaban cuidados y atenciones especiales y le gustaba ser mimada. Si Alijab hubiese estado menos perturbado por su presencia, hubiera podido detectar un dejo de capricho y soberbia infantil en su tono, pero a este punto, todos sus logros con la meditación parecían haber desaparecido.
Akal-Teké le ofreció viajar con ella en el barco que estaba por partir. Sería fascinante realizar juntos la travesía y ella podía descubrir un mundo maravilloso para él. Alijab se dejó fascinar. La tentación de conocer mundo, como lo había hecho su padre, era muy grande. Podía ir mucho más allá del haras y conocer la vida de verdad. Además, todo se trataba de viajar. Eso era exactamente lo que estaba haciendo.
Antes de partir, Alijab decidió escribir a sus padres. Quería compartir con ellos la emoción de la aventura que iba a emprender y quizás su padre podría darle consejos útiles. Alí y Jabalina no tardaron en contestar, pero su respuesta no era exactamente lo que él esperaba.
Querido hijo:
Me preocupa seriamente que decidas llevar a cabo este viaje movido sólo por la fascinación de una yegua que recién conoces. Emprender un viaje tan largo puede ser muy riesgoso. Cuando llegues a destino estarás solo, en un lugar totalmente desconocido (quizás ni siquiera conozcas el idioma) y no puedes considerar que ella permanezca contigo.
Quisiera decirte que te apoyo, pero mi corazón de madre se estruja de temor. Conozco la vida mucho más que vos, y sé cuántos caballos perdieron el rumbo por los ojos seductores de una hembra.
Dirás que estoy celosa y que no te comprendo. Por el contrario, lo comprendo demasiado bien y por eso me asusta. Quiero que nos prometas que, por mínimo que sea el problema, te asegurarás de comunicarte con nosotros para ayudarte.
Ten los ojos bien abiertos y aprovecha el enorme aprendizaje espiritual que realizaste para que te guíe. No te dejes arrastrar. Eres un ser muy valioso. Cuento con que la pureza de tu corazón te ayuden a detectar cualquier peligro o hipocresía.
No olvides llamarnos si nos necesitas. Te ama
Mamá
Querido hijo:
Comprendo bien lo que estás sintiendo. No hay caballo en este mundo que no haya pasado por ello. Sin duda tu madre estará preocupadísima y no dejará de suspirar hasta que recibamos tu carta de que estás bien y de regreso. Sin embargo, siempre hay una vez en la vida, en que esta experiencia tiene que llevarse a cabo.
Aún así, mantente alerta. Las yeguas no siempre son buenas consejeras, y menos las que son tan famosas y acostumbradas al lujo y las atenciones. Ten en cuenta que, en este momento, tú eres un caballo pobre, sin futuro y sin hogar que recorre el mundo para aprender. Has dado muestras de gran crecimiento y madurez, pero, sabes hijo, todo eso desaparece ante unos ojos seductores y las hormonas en ebullición. Ten mucho cuidado.
Cuando llegues al primer país donde atraque el barco, avísame y yo te diré a qué amigos míos puedes contactar allí. De esa manera, tendrás la tranquilidad de no sentirte solo y poder recurrir a alguien si las cosas se complican.
Recuerda: mantén los ojos abiertos.
Te ama,
Papá
Alijab estaba sorprendido. No esperaba esta actitud de sus padres. ¿Acaso ya no tenían confianza en él? Ni siquiera conocían a Akal-Teké y ya le desconfiaban. Era lógico, todo estaba bien mientras él estuviera cerca de casa, pero ahora que el viaje comenzaba en serio, se asustaban o solo querían que volviera. Se preguntaba si habían sido honestos en sus cartas anteriores y sólo condescendientes tratándolo como un potrillo.
Al atardecer de ese día, Alijab y Akal-Teké subieron al barco donde se les asignó un establo muy bonito, en la cubierta AA del barco. La embarcación era enorme. Tenía cine, pileta de natación, un gran salón comedor y junto a ellos viajaba una enorme cantidad de gente muy hermosa, adornada con ropas muy elegantes y lujosas. Todos se veían muy sonrientes y alegres.
Cuando la luna comenzaba a elevarse en el horizonte, en ese momento mágico en que parece un sol que no alumbra, zarparon rumbo a quién sabe dónde. Alijab nunca había visto un mapa, por lo que no tenía idea dónde estaban todos esos magníficos lugares que su nueva amiga le describía. Esa noche les sirvieron una cena digna de reyes y aseguraron las cinchas para que durmieran tranquilos y sin sobresaltos.
La vida en el barco era realmente muy divertida. Todos los mimaban y no dejaban de decir que hacian una pareja hermosa, lo que lo avergonzaba un poco, pero ella parecía encantada con el comentario. Sólo que, cada tanto, alguien mencionaba a algunos otros caballos que, aparentemente, ya habían sido compañeros de Akal-Teké. Alijab no podía dejar de pensar, en esos momentos, qué significaba él para ella.
Todas las tardes, después de cepillarlos y acicalarlos, los sacaban a pasear a cubierta a participar de las actividades del resto de pasaje. Comenzó a recordar la buena vida que llevaba en el haras y a preguntarse si había hecho bien en partir. Le gustaba ser el centro de la atención y no estaba nada mal ser tan mimado.
Luego de varios días, llegaron a destino. El puerto de ese país tenía muchísima más actividad. Había un sinnúmero de camiones y grúas por todos lados. La gente gritaba dándose órdenes y alertando de peligros con las cargas. No podía entender el idioma que hablaban, aunque tenía un ligero parecido con el de aquél jefe indio que lo bautizara “Flecha Veloz”.
Una verdadera comitiva los recibió en el puerto. Llevaban grandes herraduras de flores y hasta botellas de champagne. La prensa fue a su encuentro y los fotografiaron a ambos, mientras ella acercaba, sonriente, su cabeza al pescuezo de Alijab que se sentía entre halagado y turbado por la situación. Pronto todos la rodearon y él quedó fuera, caminando por detrás. No sabía dónde estaba ni a dónde ir, por lo que se aseguró de quedar bien cerca de Akal-Teké.
Una vez terminadas las entrevistas y las fotografías, un hermoso trailer los esperaba. Era sumamente lujoso y estaba acondicionado de forma que uno se sintiera un rey en él. Los llevaron por un camino bordeado de árboles frutales hasta un establo increíble, el más espectacular que él hubiera visto jamás (aún cuando eso no era muy difícil, dada su poca experiencia). Allí, un sinnúmero de entrenadores y cuidadores los recibieron con palabras elogiosas. Uno de ellos, apreció muy especialmente a Alijab, y se hizo su amigo.
Tantas sorpresas y experiencias nuevas, lo agotaron y pronto quedó dormido. La mañana llegó temprano, pero él no estaba en condiciones de despertar. El viaje en barco, la recepción, su nuevo hogar, lo habían llevado a experimentar tantas emociones nuevas, que necesitaba tiempo para recuperarse. Pero no había tiempo. Ella debía entrenar para su carrera, y su nuevo amigo estaba decidido a hacer de Alijab un campeón (sin saber que él ya lo era).
Pero el trabajo en ese haras no era tan glamoroso como todo lo anterior. Los entrenadores eran rudos, y cuando un caballo no respondía bien, la respuesta era el dolor. Sí, allí los caballos eran tratados como animales. Nadie comprendía que el vínculo de afecto, amor y lealtad eran mucho más efectivos. Él nunca había experimentado semejante dolor en su cuerpo. Siempre había sido un caballo dócil que disfrutaba correr, pero el cansancio y la falta de entrenamiento le hacían difícil concentrarse. Y la única respuesta había sido un terrible golpe de fusta del entrenador. Alijab se encolerizó. Levantó sus patas delanteras para hacerles saber que él no era un cualquiera, pero no tuvo éxito. Pronto, varios hombres lo rodearon y trataron de dominarlo. Akal-Teké lo miró despreciativamente y le dio la espalda. Se sintió traicionado. Luchó desesperadamente por soltarse pero no lo logró. Los hombres estaban muy bien entrenados para tratar con animales difíciles. Y eso era lógico teniendo en cuenta la forma en que los trataban. Finalmente, lo redujeron y el dolor de un pinchazo le perforó el anca. Lo llevaron a un establo, que ya no era el que había compartido la noche anterior, y pronto el calmante surtió su efecto.
A la mañana siguiente, despertó con la boca empastada y desorientado. No lograba recordar con precisión lo que había sucedido y por qué estaba en ese lugar tan poco agradable y, por lo que podía verse por la puerta entreabierta, tan lejos del centro de la actividad del haras. Un caballo viejo, lo miró con compasión. “Otra víctima de Akal-Teké. ¡Qué lástima, muchacho! Tú eres el mejor de todos los que trajo. Se nota que tienes pasta de campeón”. Entonces, y como relámpago, las palabras de sus padres se volvieron claras para él. Comprendió en un segundo la totalidad de la situación. Había sido un tonto, un auténtico tonto. Había abandonado todas sus prácticas, todo lo que había aprendido, se había dejado arrastrar a un mundo de lujo y adoración ególatra por nada, por una yegua que sólo necesitaba desesperadamente que la amaran porque ella era incapaz de amar. Y, por si fuera poco, había dudado del amor de sus padres. Ahora entendía por qué ambos le insistían en mantener los ojos abiertos. Y, sin embargo, ¡nunca los había tenido tan cerrados!
Su única preocupación a partir de ese momento, era como salir de eso, como volver a su país. Todavía se sentía desorientado a causa del calmante y ardía de sed. La ventaja, pensaba él, era que, al estar en ese establo, nadie le prestaba atención. Pero no era así. El cuidador que había puesto su atención en él, volvió a buscarlo. Estaba decidido a sacar un campeón de él. Su ojo profesional le decía que podía obtener fama y mucho dinero si lo hacía un ganador. Le dio abundante agua para beber y lo llevó a hacer ejercicio. Sabía que no podía pedirle mucho ese día. No era fácil recuperarse de una inyección como la que había recibido. Le habló y lo acarició mucho, haciéndole sentir que podía confiar en él. Alijab se relajó y pensó que las cosas podrían mejorar. Eso sí, manteniendo a Akal-Teké bien lejos suyo.
Los días siguientes, Sam, el entrenador, fue haciéndose más y más compañero de Alijab. Él agradecido por el amor que recibía, corría y se entrenaba cada vez mejor. Afortunadamente, ya no recibía más golpes. El anterior le había dejado una marca que todavía trataban de curar.
Pronto, llegó el día en que los caballos novatos hicieran una demostración en la pista de carreras, antes de la carrera principal. Alijab y Akal-Teké fueron trasladados al trailer de lujo en el que había llegado la primera vez, pero esta vez, él no le habló ni la miró, por más que ella lo intentó. Estaba decidido a no dejarse seducir más.
El espectáculo fue excelente y, como todo lo hacía prever, Alijab ganó la carrera, sin esfuerzo y con increíble gracia. A él mismo le daba la sensación de que le había resultado mucho más sencillo que cuando corría en su país. No tardaron los fotógrafos en rodearlo a él y a Sam. Los flashes se disparaban permanentemente, mientras Sam se gozaba hablando de su ojo para elegir el caballo, de sus brillantes técnicas de entrenamiento, de su teoría sobre la mejor alimentación y de cualquier otra cosa que le preguntaran. Sam estaba exultante de alegría al ver que él era más importante que el propio entrenador de Akal-Teké. Pero entonces, Alijab dijo basta. Estaba harto. La imagen de Sanyii vino a su mente como un relámpago. Vió lo que realmente sucedía a su alrededor. A nadie le importaba nada. Sólo les importaba su propio ego y la aprobación y adoración del mundo. Él era, finalmente, el que había corrido, no el entrenador y, sin embargo, nadie se daba cuenta. La gente no sabía ver. Quedaban empantanados en la apariencia y la fascinación de la fama. Estaba asqueado y sólo quería salir de allí. Pero tenía que ser cuidadoso porque si no, la siguiente inyección podía ser letal. Dejó que los subieran al trailer pero se aseguró de aflojar las cinchas sin que su compañera lo notara. Cuando el camión se puso en marcha, se lanzó fuera y comenzó a correr en dirección contraria. Su único objetivo era poner la mayor distancia posible entre toda esa pesadilla y él.
Alijab corrió y corrió como si quisiera borrar todo lo sucedido de su mente y de su historia. Se sentía confundido, y no lograba pensar con claridad. Finalmente, se detuvo, agotado por el cansancio. Miró a su alrededor, se encontraba frente a un río y un paisaje de sauces llorones lo rodeaba. Por primera vez, se puso a pensar en lo que había sucedido. Aunque aún no con claridad. Las imágenes de todo lo que había pasado desde que conociera a Akal-Teké se amontonaban en su mente. Todavía estaba demasiado shockeado para poder pensar con claridad. Era como, si de repente, se despertara de un muy mal sueño. Se había dejado arrastrar a todo lo que había renunciado y deshechado.
Decidió calmarse y recuperar el aliento. La carrera lo había agotado, pero de cierta forma, se sentía mejor. Tomó muchas respiraciones profundas, tratando de conectarse con el aroma del lugar. Curiosamente no se sentía ninguno. Recordó que muchas veces le contaron que los hombres usaban pesticidas y fertilizantes químicos y eso mataba el aroma de la naturaleza. El paisaje se volvió artificial a sus ojos. Estaba acostumbrado a guiarse por los perfumes de la tierra y ahora ni eso tenía.
Alijab comenzó a llorar. Lloraba desde lo más profundo de su ser. Se encontraba solo, en un lugar que ni conocía siquiera, se había vendido a todo lo que rechazaba, no había escuchado el consejo de sus padres y hasta había olvidado a Dios. Sentía que lo había hecho todo mal, que había traicionado a todos y hasta incluso a sí mismo, pero, por sobre todo, sentía que había perdido su inocencia.
El dolor le pesaba como si fuera tangible, como si hubiese tomado forma. Se sentía vencido y deprimido. ¿Cómo era posible que hubiese olvidado todo lo que era tan valioso para él por una yegua?
De a poco se fue calmando. Dejó que sus ojos hinchados por el llanto pasearan recorriendo las orillas y las ramas de sauces que acariciaban las aguas del río. Necesitaba algo que le recordara a Dios, que lo volviera real para él. Comenzó a rezar. Recordó haber oído a las mujeres de la casa los sábados a la noche, rezar una larga cadena de oraciones. Eso era lo único que le quedaba. Rezando se durmió recostado contra un sauce que lo cubría con sus ramas.
A la mañana siguiente, Alijab despertó cansado e introspectivo. Parecía que sólo su mundo interno le importaba. ¡Tenía tanto para poner en orden! Hasta ese momento, había vivido sus experiencias como una oportunidad de aprendizaje. Nunca había estado tan profundamente involucrado en ninguna de ellas. Sólo había sido un observador. Esta vez era distinto. Había invertido la totalidad de su ser y ahora, la totalidad de su ser, se sentía desvastada. Una sensación de resaca lo impregnaba. Deseaba beber, pero su instinto le impedía tomar el agua del río. Mascó hojas aquí y allá, hasta que encontró una fuente sencilla de agua fresca que se renovaba continuamente.
Quería estar solo, recordar quién era, qué amaba y en qué creía. Se dedicó a pasear lentamente bajo los árboles buscando los rincones más solitarios y aislados. Un profundo sentimiento de duelo lo embargaba. Era el duelo por su inocencia, su juventud, su pureza, su capacidad para ver el mundo sin juzgarlo previamente, sin esperar traición, sin desconfianza. Sabía bien que ahora todo sería distinto porque él había bebido de un cáliz muy amargo, y lo había hecho por su propia decisión. Nadie a quien culpar.
Nadie a quien culpar y nadie a quien recurrir. Por primera vez en su vida se encontraba absolutamente solo y no tenía a quién pedir ayuda ni cómo volver a su casa. Con los días, esto empezó a inquietarlo. No quería permanecer allí. No pertenecía a ese lugar. Pero, ¿cómo hacer para regresar?
Sabía que su padre podría ayudarlo, pero al mismo tiempo, lo más seguro era que lo guiara hacia alguien del ámbito de las carreras y prefería no exponerse a que lo encontrara el cuidador del haras de Akal-Teké. Pensó que podría conseguir un trabajo y así pagarse el viaje de regreso en algún buque de carga.
Pero no sabía dónde se encontraba ni hacia dónde dirigirse en busca de un empleo. Recordó que una vez había solicitado guía a esa fuerza superior que todo lo permea, pero esta vez su corazón carecía de la paz suficiente y de la entrega necesaria para dejarse guiar. De modo que tuvo que hacerlo a ciegas.
X
Luego de un par de días casi sin comer ni beber y por accidente, dió con una granja. Un matrimonio mayor estaba a cargo realizando las tareas de huerta y tratando de hacer andar un viejo molino. Cuando el hombre lo vió, lo admiró inmediatamente. Comprendió que un caballo así debía haberse perdido, porque era demasiado fino. Lo primero que hizo fue palmear con dulzura el lomo de Alijab y le habló bajito y con gran ternura diciéndole que se quedara tranquilo, que allí tendría un hogar mientras deseara quedarse. Su experiencia le mostraba claramente que estaba frente a un caballo vencido. Le preparó un lugar apartado en el establo para que pudiera estar solo si así lo deseaba y lo dejó suelto para que disfrutara su estancia.
Alijab se sentía emocionado de la enorme comprensión y contención de este hombre, pero como ya había probado la amargura, una parte de él, desconfió. Quizás sólo era uno más de los tantos que desean sacar ventaja de él.
A la mañana siguiente, amaneció lloviendo, con un cielo cargado que se mantuvo así durante todo el día. El hombre fue a verlo. Le llevó muy buen alimento. Lo acarició y se sentó cerca suyo a fumar su pipa y contarle viejas historias de vaqueros. Le habló de los caballos con los que había compartido su vida y sus tareas. Buenos animales, leales, a los que había amado profundamente. Admiraba a los caballos. Y lo admiraba a él. Había que ser muy fuerte interiormente para sostener el dolor que se podía sentir que tenía y mantenerse en pie y decidido a seguir adelante.
Alijab agradecía en su interior por haber llegado allí y se daba cuenta que, a pesar de no haber tenido la claridad para percibir la guía, la providencia no lo había abandonado. Comenzó a relajarse, pero aún tenía mucho en qué pensar y quería ordenar no sólo sus pensamientos, sino sus sentimientos también.
Sus días en la granja eran lo que siempre había deseado. Una vida tranquila, con actividades sencillas, disfrutando de la riqueza de los aromas y los colores del campo. El matrimonio eran gente cálida, sencilla, que hablaban poco pero tenían un profundo conocimiento del alma humana. Sabían cuándo hablar y cuándo callar. Su mirada era suave pero llegaba hasta el interior y desde allí nacía.
Alijab desarrolló un profundo vínculo con el dueño. El hombre amaba a los caballos más que a los humanos. Quizás, como decía él mismo, porque eran leales hasta el final. Con frecuencia recordaba el intenso dolor que le había provocado tener que matar a su yegua. Un animal extraordinario en belleza y porte y con una sensibilidad tal que siempre sabía lo que él necesitaba. Habían sido casi como una sola alma. Matarla cuando se quebró fue como matarse a sí mismo. Su esposa lo comprendía bien. Ella amaba intensamente a los perros y ellos también. Cuando comenzaba a hablar, los animales alineaban su mirada con la de ella y parecían beber cada palabra suya, como si comprendieran perfectamente lo que decía.
El amor por la tierra y por la vida permeaba la granja. Todo allí era tratado como una obra de Dios. Muchas veces había oído contar al granjero con dolor y desilusión cómo había intentado una y otra vez que sus vecinos comprendieran que debían cuidar y honrar la tierra en la que trabajaban. Había abogado por la prohibición de insecticidas y fertilizantes artificiales tantas veces como amenazas de muerte había recibido. Las empresas no querían perder sus ganancias, pero así perderían la tierra. Creían firmemente que la tierra había sido dada por Dios para todo ser vivo, desde las plantas hasta el hombre, y que había sido dada para la totalidad de la vida como un todo. Muchas de las creencias del indio estaban vivas en ese hombre blanco, varios siglos después. Como si una vieja alma, volviera a la vida para dar un mensaje de atención y traer el recordatorio de una verdad olvidada.
La estadía en la granja lo ayudó a poner en orden sus ideas y sus sentimientos. Al principio, le resultaba doloroso ver el enorme error cometido al abandonar todo tras Akal-Teké. Había olvidado todo y había terminado gozando de todo lo que rechazaba. Sin embargo, un sentimiento de fondo estuvo presente todo ese tiempo. No evitaba sentir una incomodidad permanente, una desarmonía que tapaba volcándose a cuanto placer encontraba. La voz más profunda de su ser, aquella que había oído en su hogar, antes de la liberación, permanecía allí, recordándole que ese no era su camino. Sueño tras sueño turbaban su descanso, haciéndolo despertar empapado en sudor: soñaba que un torbellino furioso lo arrastraba a un vacío infinito y no lograba escapar. Eso era lo que le había quedado de los placeres frenéticos a los que se había entregado: un vacío infinito y un sabor amargo.
Aprovechando la vida sencilla y la ayuda de la madre tierra, Alijab fue retomando sus prácticas espirituales. El dueño, a su manera sencilla, y sin quererlo, le transmitía otra visión de Dios. La de un Dios que se alcanza en lo cotidiano, sin prácticas ni técnicas. Sólo entregándose a él y sabiendo verlo en cada pequeño hecho de la vida. “En algún momento, casi mágico, que uno ni recuerda cuando empezó, la vida entera se vuelve Dios. Ya no hay un momento para orar, ni un momento para ir al templo. El mundo entero es tu templo y el día entero es oración. Cuando llegas a ese punto, nada en tu vida está fuera de lugar o tiempo y alcanzas la armonía perfecta porque tu mente y tu ser son uno “.
Alijab anhelaba alcanzar ese estado. Practicaba y practicaba e intentaba mentalizarse para lograr mantener su conciencia de Dios las 24 hrs. del día. Un día descubrió que, al dormir, estaba conciente de sí mismo durmiendo y de sí mismo soñando. Como si una tercera conciencia de sí se mantuviera despierta independientemente. Se dio cuenta que, en realidad, lo que se llama conciencia abarca muchos niveles y que, probablemente, nunca se agoten.
Una tarde, el granjero se acercó a él y lo acarició con un amor indescriptible. Cada fibra de Alijab se estremecía sintiendo un amor desbordante que le hacía estallar el corazón. Parecía entrar en comunión con él. Un flujo de energía penetraba por su piel y, como una corriente eléctrica, lo recorría de punta a punta. Fue tan intensa la experiencia, que esa noche no durmió. Era como si la totalidad de su ser hubiese sido lanzada a una conciencia que lo abarcaba todo y que había despegado de la limitación de la materia. El mundo era perfecto. Él era perfecto.
Al día siguiente, por la mañana, la esposa del granjero vino a verlo. “Mi esposo se despidió de ti ayer”, le dijo. Alijab no comprendía, o mejor aún, no quería comprender. Ella lo acarició para confortarlo. Le explicó que su esposo sabía que su misión estaba cumplida. Había ayudado al último caballo que lo necesitaba y estaba feliz por haberlo hecho. Había sido muy especial para él su amistad y su último regalo fue transmitirle su propia experiencia de Dios para que lo guiara por el resto de su vida. Su caricia había sido una fusión de amor.
Luego le explicó que había dejado instrucciones expresas que, antes de volver a su país, debía vivir un tiempo con un viejo amigo de ellos que era artista. Un pintor extraordinario, de gran sutileza y un espíritu fino, que lo guiaría en la etapa final del camino.
De modo que, un par de horas más tarde, un hombre alto, delgado, con largos cabellos castaños y ondulados y cuyo caminar más parecía un suave flotar sobre la brizna del pasto, llegó a saludarlo al establo. Le pidió que no se sintiera triste por la partida de su amigo. Ambos sabían bien que la vida es un continuo eterno, sin fin ni comienzo. El granjero, un viejo compañero, lo había puesto a su cuidado y estaba feliz de haber partido. Así que ambos comenzaron a andar rumbo a su nuevo hogar, uno junto al otro. No había jinete ni caballo. Como hermanos.
XI
Jean-Jacques, como le gustaba que lo llamaran, era un pintor extraordinario. Sus cuadros no mostraban imágenes concretas, pero las gamas de colores y las figuras que se dibujaban en el interjuego de los colores, lo tornaban fascinante. Él mismo decía que no tenía idea de cómo se pintaban sus cuadros. Sólo tomaba la paleta y los pinceles. Lo demás se producía por sí mismo. Él era el primero en observar sus propias pinturas y no cesaba de maravillarse de las extrañas sutilezas que surgían. Sabía que, en el momento de pintar, ningún pensamiento cruzaba su mente, como si quedara absorbido en una totalidad que lo trascendía.
Sus cuadros tomaban distintos aspectos según la perspectiva del observador. Al observarlos de lejos, parecían formarse paisajes que se tornaban en seres alados y extrañas naves al mirarlos de cerca. Desde los lados, ambas perspectivas se integraban dando la imagen de magos y duendes que daban vida a cada aspecto del paisaje, como si lo invisible se tornara visible y pudiera verse el origen de las cosas.
Surgían colores a los que no se estaba acostumbrado. La forma peculiar de combinarlos daba lugar a matices y tonalidades increíbles. Un increíble magnetismo hacía que la gente permaneciera arrobada contemplándolos. Creaban un efecto casi mágico en el interior del observador, como si el eco de una voz lejana y familiar pudiera finalmente, llegar a la conciencia.
Jean-Jacques tenía amigos extraños. Seres que, como él, parecían canales abiertos para energías que encontraban su expresión a través de ellos. Había ebanistas, tejedores, escultores, diseñadores de moda y hasta escritores. Cada uno de ellos tenía una peculiaridad que se trasuntaba en su aspecto o en su forma de desplazarse. Sin embargo, algo los unía: sus miradas. Todos ellos miraban de frente y, a la vez, parecían mirar más allá. Algo en sus miradas traspasaba lo observado y parecía contemplarlo desde otro lugar, más allá de ellos y de sí mismos. Nunca juzgaban. Sólo observaban. Parecían comprender que la creación es única, pero sus formas infinitas, y ellos plasmaban esas formas en todas las variantes posibles para que los demás pudieran verlas también.
Jean-Jacques amaba las fiestas. Se reunía con sus amigos por largas horas en las que abundaba la música, la buena comida y el vino. Pero nunca llegaban a emborracharse. Disfrutaban de las sensaciones que cada cosa les ofrecía y transmitían un constante agradecimiento por lo que recibían y una honra a la tierra que se los daba. Sabían que sus cuerpos eran vehículos para sus almas y no los sobrecargaban ni los maltrataban. En realidad, un observador común no hubiera pensado en ellos como artistas, sino como maestros o seres que parecían venir desde una realidad más allá de lo conocido.
Una de las asistentes a las reuniones, era una mujer exquisita. Alta, de contextura media, parecía flotar sobre el césped al caminar. Sus ojos parecían transparentes, hasta que dirigía su mirada sobre otro. Entonces, se convertían en dos luces profundas que llegaban hasta el fondo mismo, hasta el alma del observado. Alijab se sentía magnetizado por ella. Deseaba más que nada encontrar sus ojos y sentir lo que ella tuviera para descubrir de sí mismo. Sabía que, si encontraba su mirada, un secreto yacente en su corazón quedaría develado para siempre. Necesitaba eso. Necesitaba poner en palabras algo que sabía pero no podía expresar. Necesitaba de la magia de sus ojos. Sin embargo, ella no se acercaba a él. Lo rondaba, lo elogiaba a la distancia, sentía sus ojos cuando le daba la espalda, pero ella no le permitía acceder. Los pensamientos se volvieron una tortura para Alijab. No dejaba de pensar en qué podía llegar a descubrir ella. Imaginaba ese encuentro de mil maneras distintas. Pronto sintió que toda su preparación, toda su práctica espiritual, todo su conocimiento se volvían nada. Quería recordar cómo era vivir a Dios en lo cotidiano, pero le era imposible. Tardaba en dormirse por la noche pensando y pensando. Deseaba esa mirada, quería desesperadamente ver esos ojos frente a frente, descubrir lo que sentiría y qué sucedería en su interior. Había visto el efecto de esa mirada en otros y lo quería para él.
Varios días pasaron en ese estado, hasta que Alijab comenzó a sentirse agotado. Llegó al punto en que ya no le importaba lo que pasara. Había gastado tanta energía tratando de anticiparse a los hechos, que ya no sabía nada. Estaba convencido de que no había opción en la que no hubiera pensado o evaluado. Y ya no tenía fuerzas para seguir. Decidió renunciar al cumplimiento de su deseo.
Un par de días más tarde, Jean-Jacques invitó a sus amigos. Ella llegó temprano y caminó directo hacia Alijab. Se paró delante de él, acarició sus crines, su cara y su cuello y, mientras lo miraba directo a los ojos, como viendo más allá, con una sonrisa increíblemente dulce y voz suave le dijo “La muerte será tu gran maestra”.
Alijab se asustó. No esperaba eso. ¿La muerte de quién? Pensó en sus padres, en sus amigos, y hasta en sí mismo. ¿Habría él de morir? De hecho, ya había experimentado la muerte de algunos amigos valiosos en su vida: el granjero y Old Champ. ¿ A qué se refería exactamente? Se detuvo a pensar qué le habían enseñado esas muertes. A simple vista, nada. Sólo el dolor de perder seres muy amados. Pero comenzó a pensar más detenidamente y comprendió que no era tan así. La muerte de Old Champ le había enseñado el terrible poder destructivo de las armas y cómo la vida cambia en apenas un minuto, pero lo que no había comprendido hasta ese día era lo que significaba un amigo y alguien en quien confiar. Había dado por sentado que sus padres y toda su familia estarían con él por siempre. Pero, mirando en retrospectiva, ambas muertes le habían mostrado todo lo contrario. Se detuvo a recordar cómo se había sentido cuando partieron. Un sentimiento de tristeza y un dejo de abandono aparecieron en su corazón. Al examinarlos más de cerca descubrió que una parte de él no se sentía completa, no era plena. Parecía necesitar tener quien lo amara. No era suficientemente fuerte para sostenerse emocionalmente a sí mismo. En el fondo, seguía siendo un potrillo. No era tan malo en el sentido de que guardaba en él, aún esa ingenuidad que hace más fácil y amable la vida, pero el problema era que seguía esperando que alguien más lo ayudara o lo sostuviera. A pesar de haber recorrido ese camino solo, sabía que, a la distancia sus padres lo acompañaban y ese conocimiento era como una red abajo suyo que lo sostenía en la dificultad. Debía evaluar esto más detenidamente. Debía transmutar su amor de hijo por un amor de hermanos. Debía liberar a sus padres de la atadura de ayudarlo y sostenerlo permanentemente. Debía liberarlos para que ellos también pudieran ser plenos. De modo que, Alijab, se sentó a escribir.
Queridos padres:
Mi carta de hoy puede parecerles dolorosa y desagradecida. He decidido que, a partir de este momento, los libero de la responsabilidad de ser mis padres. He comprendido que ya no soy un potrillo y que mi fortaleza y mi hogar no pueden depender de la seguridad que uds. me brindan. Necesito encontrar la fuerza en mí mismo. Es tiempo de que me apoye en mis propias cuatro patas y en mi alma.
Honro todo lo que son y lo que han sido para mí. El camino que uds. me abrieron se ha convertido en el más valioso de mi vida y la oportunidad de encontrar una dimensión de existencia que intuía pero no conocía.
Recorro mi camino también en honor a uds. y espero que encuentren su liberación como yo estoy encontrando la mía. El sendero que no se animaron a recorrer es mío ahora y, para que sea completo, debo terminarlo por mí mismo.
El amor que me dieron fueron los cimientos sobre los que puedo construir el ser que soy y que puedo llegar a ser. Sin él, todo hubiese sido más difícil aún. Espero poder honrar su herencia espiritual y la mía.
Gracias por ser parte de mi vida y de mi historia y por darme la libertad que me han dado.
Alijab
P.S.: Papá ya es hora de que te sinceres con mamá.
Querido hijo:
También nuestra carta te sorprenderá. Tu papá ya se había sincerado conmigo antes que llegara tu carta. Hemos llorado juntos por nuestros miedos y dolores guardados durante tanto tiempo.
Estamos orgullosos de tí. Honras a tus ancestros y nuestro linaje se enaltece por tu valentía. Estás recorriendo el camino más difícil de todos y la carrera más valiosa.
Te hemos amado y te amamos más que nunca. Eres un ser de un coraje excepcional.
Que Dios te acompañe siempre y sea uno con vos.
Alí y Jabalina
Alijab respiró aliviado. Sabía que hacía lo correcto y que sus padres lo amaban, pero aún así no había sido fácil escribir esa carta.
De todos modos, no se trataba de una simple declaración de intenciones, sino de un proceso personal que se iniciaba justo en ese momento y que debía llegar a desatar los lazos internos que lo ataban a su familia. Y lograr eso, no era tan sencillo.
Mirando en retrospectiva, comprendió que parte de ello ya había sido alcanzado en las sucesivas experiencias que había tenido y que, en ese momento, por primera vez era consciente de ese proceso. Se sorprendió al ver que mucho sucede en el silencio del ser interior y que, lentamente, va concientizándose cuando uno está listo para avanzar deliberadamente en esa dirección.
Alijab no dejaba de maravillarse de la riqueza de su mundo interno y del camino que había elegido, cuando un día una carta llega para él. Nunca imaginó quién estaba escribiéndole ni en qué condiciones.
La carta en sí estaba precedida por las notas de un amigo humano de Akal-Teké y decían:
Estimado Alijab:
Lamento tener que informarle que Akal-Teké sufre de una enfermedad de increíble gravedad que terminará finalmente con su vida en poco tiempo. Ella me ha pedido que le haga llegar esta carta suya. Su alma no encuentra paz y, en su desesperación, ha recordado el ser especial que ella reconocía en ud. y pensó que volcarle sus pensamientos y sentimientos aliviarían su alma.
Sólo le pido que ore por ella ya que su hora está cerca y su alma está muy turbada. Ud. debe saber ya que si un alma parte en esas condiciones, las experiencias al otro lado serán más difíciles.
Ojalá pueda ayudarla a encontrar la paz y la entrega que necesita desesperadamente.
Gracias
Ben
Querido Alijab:
¡Oh, querido amigo! ¡Qué poco supe cuidarte y valorarte cuando estuvimos juntos! Una parte de mí se sentía profundamente atraída hacia ti desde lo físico, pero ahora me dí cuenta que la atracción más intensa venía desde una parte de mí que conozco, o reconozco demasiado tarde.
Cuando te ví, tus ojos estaban llenos de una pureza e ingenuidad que hacía rato yo misma había perdido. Una parte de mí se sintió envidiosa de que aún conservaras aquello que me remitía a mi infancia, en el ambiente seguro de mi hogar y, en el fondo, y en secreto, anhelaba destruirlo. Yo no era feliz, y no quería que nadie lo fuera. ¡Fui horriblemente egoísta!
Debo decir que te amé verdaderamente, pero mi falta de paz no permitía que fuera honesta contigo. Tenías todo lo que yo había perdido al ganar fama y fortuna. A veces pienso que mi precocidad fue una verdadera tragedia. Comencé a ser famosa tan joven, que perdí la perspectiva. Amé tan profundamente los lujos, los halagos y el placer que me olvidé quién era en realidad. Perdí el placer de oler los perfumes del amanecer y de la tierra mojada por la lluvia. Olvidé la alegría que proporciona un buen trago de agua fresca y el agradable calor de las cobijas en las noches frescas. Cambié todo eso por sabores amargos e hirientes ocultos tras la fachada de lo fino y exquisito. Abandoné la lana caliente y hogareña, por finos hilados que, en realidad, ni siquiera abrigaban mucho. Perdí a toda la gente que tanto amaba, incluídos mis padres, por rodearme de hipócritas y mentirosos que sólo me halagaban porque les daba buen dinero en sus apuestas. ¡Fui tan necia!
Y en medio de tanta basura, te cruzaste en mi camino, con tu pureza e ingenuidad, haciendo más evidente la oscuridad en la que estaba. Por eso sólo deseaba verte caer. Eras un espejo en el que no quería verme. La primera vez que me crucé con tus ojos, casi me ví a mi misma mucho tiempo atrás. Fue espantoso. Un frío corrió por mi columna, pero alejé la sensación tan rápido que casi no me dí cuenta. Ahora todo está claro para mí.
¡Perdón, perdón amor mío! ¡He sido tan cruel, tan sucia! Me tortura mi propia crueldad, pero más me angustia descubrir, demasiado tarde que no deseaba nada de esto y que me dejé arrastrar por mi propia debilidad. El día que huiste, fue el peor de mi vida. Lloré por horas, casi caigo en una profunda depresión, sino hubiera sido porque tenía tantas carreras y presentaciones programadas que no me dieron tiempo a pensar. En el momento en que te ví saltar del trailer te odié, te odié con toda mi alma y no pude ocultar mis sentimientos. En un segundo habías logrado lo que yo nunca pude ni me animé a hacer. Deseé que te quebraras o te atropellaran. No quería pensar que hubieras ganado, que me hubieras ganado, que realmente era posible escapar de todo eso. Yo no quería aceptarlo. Prefería encerrarme en mi papel de víctima diciendo que estaba tan ocupada que no tenía tiempo para pensar en otra cosa.
Hoy no hay lágrimas que puedan desahogar el daño que me he hecho a mí misma. Desgraciadamente ese dolor y la mentira en la que viví han envenenado mi cuerpo como envenenaron mi alma y me encuentro a las puertas de la muerte. No puedo resignarme a aceptar que he perdido esta vida tan lastimosamente. Ya puedo ver a mis predecesores muertos acercarse a mi lecho, instándome a seguirlos. Una y otra vez, la puerta de luz se abre ante mí, pero no puedo aceptar haber sido tan estúpida para morir así. Mi cuerpo se desintegra rápidamente pero mi alma no está lista para marchar, con lo que toda la situación se ha vuelto una tortura.
Casi puedo imaginar tu muerte. Yo misma iré a buscarte, pero no para seducirte y hacerte caer como en el pasado, sino para guiar tu camino por la luz y devolverte lo mucho que me has dado.
¡Perdón, Alijab, perdón mi amor! Te dejé ir. Te perdí sin remedio, y ahora pierdo también mi vida y mi oportunidad de ser feliz.
Dios te acompañará siempre. Nunca lo dudes. Tu alma es hermosa y El se expresa verdaderamente en ti.
Te ama
Akal-Teké
Amada Akal-Teké:
No seas tan dura contigo ni tan benigna conmigo. También mi corazón se llenó de odio cuando me abandonaste librado a mi suerte al ver que no cedía a las presiones de quienes te rodeaban. El día que escapé del trailer me sentía asqueado y sucio, tanto como vos.
Quiero que imagines conmigo. Hazme ese favor. Cierra los ojos un momento y piensa en los recuerdos más hermosos que tengas. Vuelve a sentir esos perfumes que amabas en tu infancia y visualiza el rostro de tus padres. Míralos sonreírte. Lo hacían porque veían el potencial que traía tu alma. Ese mismo potencial está en ti y lo estará por siempre, listo para ser manifestado cuando tú estés lista para hacerlo. No creo que yo lo haya logrado todavía, pero he valorado mi camino y mi cuerpo lo suficiente como para poder seguir avanzando.
Tú, en cambio, has preferido dejar este camino para más adelante. Y está bien. Absolutamente bien. Recuerda que a esta vida seguirán otras, y has logrado llegar al final de este camino totalmente consciente de que fama, poder, dinero, halagos y apariencia no llenan el vacío que experimenta el alma al tomar vida física. Has hecho un aprendizaje extraordinario y eso te abrirá puertas maravillosas en tu próximo regreso.
No seas dura contigo. Eres un alma hermosa y ese brillo fue el que me sedujo. Yo también te amé, y aún lo hago. El amor que te tengo jamás se apagará porque nuestra unión trascendió los cuerpos. Nuestro amor es como un compromiso entre almas y eso nunca termina.
Yo te honro. Recorriste un camino difícil, engañoso, y aún así, supiste ver la luz cuando la tuviste frente a ti y nunca olvidaste tu origen ni tu pureza espiritual. Quizás te faltó el valor de renunciar a lo que tenías, pero puedes sentirte en paz de que esto nunca más te tentará. Tu camino ha quedado despejado.
Deja que tus predecesores te guíen en el puente de luz y libera a tu alma del auténtico sufrimiento al que la estás exponiendo ahora. Recupera tus raíces y prométeme que me esperarás al final de mi camino.
Te ama,
Alijab
Cuando terminó de escribir, Alijab estalló en llanto. Se sentía agobiado y dolorido. El peso de su largo viaje, por primera vez, caía sobre él. Sus miedos, cansancios, iras, todo era desahogado en esas lágrimas. De pronto, le pareció que hacía siglos que se había ido de su casa. La inminente muerte de Akal-Teké era el cierre de un ciclo para él también. La había amado profundamente, como a nadie, y nunca se lo había dicho a ella ni a sí mismo. Él también había dejado una cuenta sin cerrar. Le dolía saber que la perdería y que nunca podrían ser felices juntos. Tantas veces había deseado haberla conocido en otras circunstancias y haber formado un hogar para vivir juntos una vida sencilla. Siempre supo que eso era casi imposible, pero ahora, era definitivo. La había perdido para siempre. Sólo le quedaba llorar.
Se dio cuenta que en medio de todas sus experiencias, no había confrontado claramente sus emociones y sentimientos, cumpliendo así con el mandato paterno de ocultar su dolor. Si bien había sido parcialmente conciente de ellos, no los había encarado ni encarnado claramente y ahora aparecían como fantasmas tras las puertas, esperando atacar. Un sinnúmero de imágenes comenzaron a pasar por su mente, a medida que recordaba la totalidad de su recorrido hasta ese momento. La muerte de Sanyii, a quien ya había olvidado, lo había dejado tan desorientado que no había sabido exactamente qué sentir. Examinando más a fondo, descubrió que la real desorientación nació del grito de horror que dio al verse reflejado, junto a Alijab, en el espejo de agua. Ahora comprendía lo que había significado para Sanyii ver en qué se había convertido. Un mundo de emociones de la gama más diversa comenzó a invadirlo, dejándolo nervioso y agotado a la vez y, sin embargo, lo ayudaba a liberarse más y más.
XII
Alijab pasó varios días en ese estado. Lo único que le daba paz era la llegada de los amigos de Jean-Jacques, especialmente los días en que se reunían todos juntos en su taller a crear al unísono. Cada uno tomaba sus herramientas y, luego de una pequeña meditación que impregnaba el aire de una atmósfera casi mágica, comenzaban a trabajar. Era extraordinaria la gama de piezas de arte que nacían en esas oportunidades. Todas increíblemente exquisitas y, aunque personales, distintas de las que cada uno creaba por sí mismos. En una oportunidad, Jean-Jacques decidió montar una exposición en los jardines a la que invitó a artistas de todo el mundo. De un lado de los jardines se expusieron las obras individuales, del otro las que producían trabajando juntos. Todos se fascinaban al contemplar estas últimas, como si un aura mágica las impregnara. Y así era en realidad. Cada uno lograba un refinamiento y sutileza en la expresión de las energías que convocaban para el trabajo gracias a su meditación unificada, que les era imposible de alcanzar individualmente.
Alijab encontraba una paz muy profunda en esas meditaciones. Siempre lo dejaban participar. Era el único que podía hacerlo. Nunca se había preguntado por qué hasta ese día. Él mismo se elevaba por encima de su conciencia habitual y se sentía parte de un todo que lo trascendía y, a su vez, lo contenía. Estas oportunidades le resultaban muy sanadoras. Comprendía que una especie de alquimia tenía lugar en lo profundo de su ser y restañaban heridas a la vez que ordenaban y equilibraban sus energías.
Una tarde de verano, Alijab se sentía muy inquieto. Su amigo había convocado a una de estas reuniones especiales, pero un ansiedad desbordante, le impedía gozar anticipadamente del encuentro. Jean-Jacques no parecía preocuparse por nada. Al contrario de otras veces, en que se detenía a comprobar que todos tuvieran sus materiales dispuestos adecuadamente, esta vez, sólo paseaba con la mirada perdida y el paso liviano, como sin pisar el césped. Una sonrisa serena parecía suavizar aún más todo su rostro. El color de su piel parecía volverse transparente por momentos.
Uno a uno fueron llegando todos los artistas. Casi no se saludaban. Se miraban con una sonrisa de reconocimiento y una mirada más profunda de lo habitual. Cuando ya estaban todos, se pararon formando un círculo en el centro del taller. Jean-Jacques no le permitió entrar a Alijab. Le ordenó permanecer fuera, a cierta distancia del edificio del taller. Sin embargo, pudo escuchar los sonidos repetitivos que entonaban todos juntos. De pronto, y para su desesperación, todo el edificio comenzó a incendiarse. No podía creer lo que veían sus ojos. Corría en todas direcciones, tratando de encontrar agua. Las mangueras y los baldes que solían estar en las caballerizas cercanas habían desaparecido. Corrió a la casa principal, para llamar la atención de los criados para descubrir que les habían dado franco. No podía hacer nada. La desesperación lo desbordaba, pero lograba mantener la cabeza fría. Era consciente a la vez de sus sentimientos y de sus pensamientos, casi como un observador. Salió corriendo rumbo a una granja vecina y logró llevar a la familia hasta la casa de Jean-Jacques, para descubrir que todo había sido consumido por el fuego que ya se había apagado. Alijab quedó paralizado ante la vista de lo que había sido, una vez, el lugar más mágico del mundo. Todos comenzaron a caminar por los restos tratando de encontrar los cuerpos de sus amigos. Nada. No pudo encontrarse absolutamente nada. Como si se hubieran evaporado. Sólo había restos de maderas, herramientas fundidas por el calor, potes de óleos totalmente derretidos, bastidores quemados. Pero ni un rastro humano. ¿Qué había pasado?
Una parte de Alijab le decía que eso era imposible, pero una voz, que ya no era tan suave, comenzó a decirle que eso sí era posible. ¿Habrían ellos planeado una partida que no dejara rastros? ¿Y hacia dónde? Unos días después, los bomberos pudieron identificar restos de las vestimentas de sus amigos, pero no sus cuerpos. ¿Sería posible acaso trascender la existencia física? Alijab comenzaba a sentir que había más cosas de las que había imaginado hasta ahora y que, probablemente, la realidad fuese mucho más “irreal” de lo que se piensa y quizás sus amigos lo sabían. ¿No le había dicho ella que la muerte sería su maestra? Él había sido testigo de muchas muertes, muy distintas, y esta era especial. ¿Existiría la muerte realmente?
Ofrecieron darle cobijo en la casa de los vecinos ya que era un caballo muy apreciado por la zona, pero prefirió permanecer allí hasta decidir qué hacer. Necesitaba soledad para poner sus ideas en orden y poder mirar todo en retrospectiva. Quería intentar descifrar lo que había sucedido y qué era lo que en verdad tenía que aprender.
Una noche, mientras dormía, tuvo un sueño. Se encontraba en un lugar muy particular, con paredes circulares que parecían estar construidas con una especie de luz blanca muy luminosa pero que no hería a la vista. Se sentía muy bien estar allí. Encontró a Akal-Teké. Se la veía muy hermosa, como si hubiera logrado paz en su corazón. La mirada ya no era codiciosa ni seductora. Ella no hablaba, sin embargo sus palabras llegaban a la mente de Alijab. Le explicaba que la vida era un continuum en el que lo único que cambiaba era el plano en que un ser se manifiesta. Al liberarse de su cuerpo, había logrado comprender la ilusión de toda su experiencia en la vida desenfrenada que había alcanzado y recordó que su propósito había sido trascender todo eso, pero que no lo había logrado. Quizás buscaría una próxima oportunidad. Su imagen se fue borrando al tiempo que él avanzaba por corredores semicirculares en que las paredes de luz tomaban una coloración verdosa. Entonces Sanyii salió a su encuentro. En el mismo lenguaje silencioso, le dio las gracias por haberle mostrado la hipocresía del camino que había elegido. No había sido un verdadero renunciante, sino sólo alguien que, al no poder sostener su vanidad por otra vía, había optado por escudarse en la espiritualidad para simular una estatura moral que no tenía. Esperaba encontrarlo en otra vida en la que pudieran compartir como hermanos.
Al desvanecerse Sanyii, las luces de las paredes fueron transformándose en una iridiscencia fabulosa que parecía elevarlo a él mismo a una dimensión extraordinaria. Rosados, plateados, amarillos, celestes, todos se fundían y transformaban mutuamente sin cesar. No necesitaba saber a quiénes encontraría ahora. Lo sabía bien. El granjero, Jean-Jacques y sus amigos, todos estaban allí. Sólo había sonrisas. No se necesitaban palabras. Supo en su interior que una verdad le era plenamente revelada, pero que, a su vez, había estado siempre en él : “La muerte no existe. Todo es ilusión. Trasciende la ilusión. Todo es un juego. Disfrútalo. Es parte del camino. Liberáte, suelta todas tus creencias, tus prejuicios, tus conceptos sobre las cosas. Deja el equipaje que has cargado vida tras vida y sólo vive. No es más que un juego, una actuación. No hay más verdad que la verdad de tu Ser. Y Ese es Eterno. “
Alijab despertó inmediatamente de terminado el sueño. Una sensación de plenitud, de total integración consigo mismo, de armonía absoluta lo invadían. Ahora sabía. Sabía verdaderamente y esa verdad había nacido de sí mismo. Ya nada sería igual.
Para su sorpresa, esa tarde, un camión con un trailer llegó a la casa de Jean-Jacques. Venían a buscarlo. Los dueños del haras habían denunciado su pérdida, y como era un caballo extraordinariamente valioso, se lo buscaba en el mundo entero. Había ganado un pasaje gratis de regreso a casa. Alijab reía y reía. Podía ver cómo la realidad, el mundo entero, comenzaba a ordenarse a sus necesidades. Al liberarse se había vuelto merecedor de volver a casa.
XIII
El viaje no fue tan lujoso como el de ida, pero esta vez nada importaba. Una nueva forma de felicidad lo invadía. Una que no nacía de placeres externos, sino de una profunda sensación de armonía interior. Se sentía, por primera vez, en el lugar preciso en el momento preciso haciendo exactamente lo que debía hacer. Podía ver el divino plan de la creación y su parte en él. Se sentía liviano, libre, como si siglos y siglos de historias y prejuicios se hubieran liberado, hubieran terminado. Y, en realidad, así era. Podía ver el mundo desde una perspectiva completamente distinta. Sabía perfectamente quién era realmente y qué estaba haciendo en esta encarnación. Se encarnaba a sí mismo. Y en plenitud.
Al llegar, lo esperaba Pedro. Se preguntó si las historias que se contaban de él serían ciertas. Pedro lo miró con una amplia sonrisa y le destacó en qué hermoso caballo se había convertido finalmente. Alijab sintió que esa afirmación significaba más que sólo la belleza externa. Quizás, las historias eran reales.
En el camino al haras, Pedro comenzó a hablar con él. Le recordó el día que lo sacó al campo. Alijab no sospechaba que lo estaba espiando bajo el ala del sombrero. Él sabía que merecía la oportunidad de encontrar su camino, así como él mismo lo había hecho en el pasado. Sólo que había tenido que oponerse a sus padres y a toda la sociedad. No deseaba que nadie más tuviera que pasar por eso. Su padre sospechó inmediatamente de él cuando vió que el caballo no estaba. Pedro se había convertido en una especie de “ayudante” secreto de quienes buscaban su verdadera esencia.
Muchos años atrás, Pedro había sido un estudiante extraordinario. Había asistido a las mejores universidades del mundo logrando doctorados y calificándose como un excelente hombre de negocios. En el ambiente ya se hablaba de él como un potencial magnate. Pero un día, un sueño lo hizo reaccionar. Se encontraba en una especie de taller de relojería, con un maestro alto, delgado, de cabellos largos y muy exigente. Cada uno de los que estaban allí parecían estar aprendiendo el oficio y poniendo lo mejor de sí para satisfacer a su maestro y a sí mismos. De pronto, el maestro giró hacia él y clavó sus ojos en los suyos y le dijo “¡¿Quién eres?! ¿Sabes quién eres realmente?” La fuerza de la mirada era tal, que Pedro casi cae de espaldas en el sueño. Se despertó con la imagen del maestro clara en su mente y el impacto de la pregunta todavía resonando en su corazón y en su mente por igual. No durmió en toda la noche, y al día siguiente no pudo asistir a sus actividades. Algo había cambiado, ya nada era igual y nada era obvio ni normal. Pidió una licencia que se transformó en un año sabático. La gente estaba desconcertada. Sus padres le escribían y lo llamaban constantemente tratando de entender qué había sucedido y hacerlo recapacitar para que volviera a ser lo que era hasta entonces. Comprendió que la única forma de encontrar lo que buscaba era alejarse hasta donde no pudieran encontrarlo. Avisó que haría un viaje por Oriente y que se comunicaría cuando pudiera. Subió a un barco. Necesitaba tiempo para pensar y el viaje lento del barco en la inmensidad del mar con sólo el sol y la luna por compañeros era una buena oportunidad para hacerlo. Así llegó a la India y encontró que sus creencias no eran nuevas para él. El viaje fue no sólo por países, sino por sí mismo, recorriendo y reconociendo aspectos de sí mismo que ni siquiera sabía que existieran. Una vez, estando en los Himalayas, una tormenta de nieve, lo dejó aislado en una cueva. Como se había adelantado a su grupo, se encontraba solo y abandonado a su destino. No sabía cómo sobreviviría ni si alguien sabía dónde estaba. La experiencia se tornó tan dura debido al frío y al aislamiento que llegó un momento en que decidió entregarse a la muerte o a la vida, sin pelear, sin decidir por sí mismo, dejando que, simplemente, las cosas tomaran su propio rumbo. Cuando ya pensaba que moriría, y se sentía en perfecta paz con la situación, la tormenta cesó y comenzó a brillar el sol. Un rato después, oyó voces a lo lejos que lo llamaban. Estaba demasiado entumecido para contestar, pero un perro aulló cerca. ¿Cómo había llegado el animal allí?, nunca lo supo pero agradecía a Dios su presencia. Encontrarse cara a cara con la posibilidad de morir joven, con todo ese potencial que todos le insistían que tenía, y habiendo renunciado a todo, lo había ayudado a contestar la pregunta del sueño. Supo con absoluta claridad que la vida entera no es más que una representación teatral: con dolor, con sufrimiento, con alegría, con frustración, con todo, y al mismo tiempo, sólo una ilusión. Porque el ser que realmente uno es trasciende todo eso y, en esencia, no es modificado ni afectado por todo ello. Con esa verdad en su interior, decidió volver, pero no a lo que los demás esperaban de él, sino a ser él mismo. Sabía que, eventualmente y cuando el tiempo estuviera maduro, se haría cargo del haras y del negocio familiar, pero todavía debía pasar más tiempo. Sus padres no habían completado el aprendizaje de respetar el camino de los demás y renunciar a pautarlo. Todavía vivían atados a la imagen y al éxito. De modo que, por ahora, Pedro cumplía con su misión de ayudar a otros a recorrer el mismo camino de autodescubrimiento que había hecho él y sabía que, de ese modo, el haras sería un verdadero modelo para que los demás descubrieran que, cuando uno encuentra su identidad auténtica, el éxito toma una forma diferente.
XIV
Al llegar a su casa, Alijab encontró a sus padres preparándose para partir. Habían planeado unas vacaciones juntos como hacía mucho que no tenían. Se saludaron mutuamente y marcharon. Alijab consideró que esto era un auténtico logro y un ejemplo de cómo su camino también los había liberado a ellos. De haber sucedido lo mismo en otro momento, sus padres hubieran cambiado de planes. Esta vez, partieron con libertad.
Alijab mismo se sentía libre como nunca. No necesitaba que las puertas del haras estuvieran abiertas o cerradas para determinar cómo se sentía en su corazón. Los que lo rodeaban tenían distintas actitudes hacia él. Algunos lo admiraban, otros lo criticaban y no faltaban los que lo envidiaron por hacer el camino que ellos no se animaban a recorrer.
Cuando corrió su primer carrera de esta nueva etapa, el público y los críticos no dejaron de admirar la ligereza y gracia de su paso así como la facilidad con la que ganó, como si simplemente se deslizara con el viento.
Alijab disfrutó de la carrera como nunca antes lo había hecho. Al correr pudo sentir el viento en su cara, el perfume de la tierra, las voces de la gente. Todo tenía un color y un sentido nuevo.
Alijab había vuelto a casa, y, por primera vez, era él mismo.
martes, 27 de mayo de 2008
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